El feminismo actual es parte de una cultura política tóxica: el militantismo

Hydra
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El feminismo actual ha buscado la supresión de la libertad de expresión en Internet, le ha hecho perder el trabajo a científicos destacados, ha intentado incluso encarcelar a hombres por el «crímen» de discrepar con ellas. Pero estas acciones no son inocentes arrebatos de violencia, sino acciones propagandísticas orientadas a infundir el miedo a represalias. Algo común a toda una cultura política tóxica, una hydra de la que el feminismo es apenas una de muchas cabezas.

Una cultura política tóxica

Esta repudiable cultura política, de la que el feminismo actual forma parte integral, se basa en dos pilares fundamentales: La irracionalidad y la intimidación.

El poder de la intimidación

En general no es tanto lo que puedan hacer en contra de quienes no estamos de acuerdo, o decimos lo que no quieren que se diga.

El verdadero peligro está en callarnos por miedo. Por miedo a sufrir represalias, a perder el trabajo, a que nos rodee alguna pandilla de extremistas políticos y nos muela a palos al grito de «fascista».

Naturalmente que el miedo es comprensible, pero si nos dejamos dominar y nos callamos ahora, si dejamos crecer a este cáncer, luego será mucho peor. Para nosotros, y para nuestros hijos.

El poder de la irracionalidad

Esta cultura política se autodefine como «progresista» y «revolucionaria», y se elabora en contraposición a los valores clásicos de la modernidad: el orden, la razón, la verdad. Abraza la retórica y desconoce la existencia de la dialéctica, abraza la opinión, la creencia, y relega la realidad a una condición de irrelevancia.

El militantismo

Ejemplo paradigmático de esta cultura política es el Cristinismo Camporista en Argentina, infame por sus tácticas patoteras y su estrategia comunicacional basada en «el relato», la pretensión de controlar la percepción social de la realidad y sustituirla por una historia contada desde el gobierno.

Para esta gente lo que importa es el avance de los objetivos políticos que le vienen de arriba. Ellos no dudan de la moralidad de lo que hacen. «Es moral si me dicen que es moral, y no es moral si me dicen que es inmoral». Por esta razón, es una pérdida de tiempo el debate dialéctico con estas gentes, puesto que para ellos no existe una realidad a descubrir, y una dialéctica para llegar a ella, sino solo creencias igualmente subjetivas y una retórica para imponer la propia a los demás.

Esta verdadera jihad para imponer sus ideas que denominan «la batalla cultural«, sin embargo, no se restringe solo al terreno de la retórica, sino que cualquier medio está permitido para lograr la sujeción del pensamiento de todas las personas, al «proyecto político».

Esto es lo más peligroso de esta histeria colectiva: que experimentan la moralidad en blanco y negro, sin tonos de gris. Si viene de alguien que discrepa políticamente, no es necesario analizarlo, ya está mal, pero todo está permitido si está a favor de mi «proyecto político»: «Si no son feministas, es porque son misóginos, machistas, que odian a las mujeres y no pienso escuchar sus razones», pero si son feministas, no importa que promuevan encerrar a los hombres en campos de concentración, o que traten a todos los hombres como criminales. Alguna justificación le van a encontrar.

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