La estupidez del feminismo – por Luis Jalabert

El Diccionario Merriam-Webster define al feminismo como “la teoría de la igualdad política, económica, y social de los sexos.” Sin embargo, a la opinión pública poco le importan las definiciones de diccionarios; y en relación a lo que la realidad muestra, importan mucho menos. Es también innegable que décadas atrás, el feminismo fue un movimiento que luchó verdaderamente por la igualdad de oportunidades y de equidad social, independiente del sexo, orientación sexual, raza, etc., con lo cual la enorme mayoría de nosotros está de acuerdo, y que consiguió resultados invaluables, como el voto femenino, y una libertad que lamentablemente ha sido vista pocas veces en el pasado.
Pero sea cierta o no esta definición, es evidente que el movimiento feminista enfrenta rechazos por una parte cada vez mayor de la sociedad, y pienso que este rechazo es generado principalmente por tres problemas:
  1. la elección infeliz del nombre, que no acompaña el “Zeitgeist” de la sociedad actual;
  2. la lucha por el camino errado, que jamás conseguirá lo que se proponía originalmente;
  3. y los mitos, mentiras y tergiversaciones de la realidad que propagan quienes llevaron este movimiento al extremo.
Nos guste o no, hoy en día todo es cuestión de marketing. ¿Cuándo fue la última vez que una elección gubernamental, o un plebiscito se ganó en base a la discusión civilizada de ideas entre pensadores, y no en base a campañas publicitarias superficiales? Seguramente yo ni estuviera vivo, o al menos no lo recuerdo.
Lo mismo parece suceder hoy en día con cualquier producto o idea: infelizmente, lo que importa es el marketing detrás.
Y acá es donde yace el primer problema: ¿qué porcentaje de gente creen que se esfuerza en ver más allá del slogan, más allá del nombre del movimiento? ¿Quién se toma el tiempo para educarse al respecto y entender el “verdadero” significado de la palabra feminismo?
Según un estudio realizado en 2013 en el Reino Unido, un 82% de las personas respondieron afirmativamente a la creencia de que “hombres y mujeres deberían ser iguales social, política y económicamente”, y sin embargo, solamente un 20% se identificaba como feminista (en los Estados Unidos estas cifras eran prácticamente idénticas, 85% y 18% respectivamente en 2015).
Otro estudio, tres años más reciente muestra que, si bien el porcentaje de personas que creen en la igualdad de género no ha cambiado en absoluto, la cifra de personas que se identifican como feministas ha caído a tan sólo un 7%.
Con esto debería quedar más que claro que en los hechos, en el mundo real, muy poca gente cree o entiende que el feminismo pueda ser sinónimo de igualdad.
En los Estados Unidos, al igual que en el Reino Unido, solamente una proporción muy pequeña de las personas no creen en la igualdad entre hombres y mujeres, pero aunque parezca increíble, la cantidad de mujeres que no creen en la igualdad entre ellas y el sexo opuesto duplica a la de los hombres. Y pongo a los Estados Unidos y al Reino Unido de ejemplos, no sólo porque son una de las mayores fuentes de estudios al respecto, sino porque es allí donde se gestan varias de las corrientes feministas, entre ellas el feminismo radical,
Pero si la palabra “feminismo” fuera realmente equivalente a igualdad de sexos, ¿por qué habría de existir una brecha tan abismal? No pretendo dar una respuesta a este problema, pero sí puedo apuntar a ciertos hechos:
  • Casi 60% de quienes no se identifican como feministas, no lo hacen porque consideran que el movimiento es “demasiado extremista”, o que es “anti-hombres”; son más mujeres que hombres quienes consideran a los feministas como demasiado extremistas; y por otro lado, ahora sí, como sería natural esperarse, la proporción de hombres que ve a los feministas como anti-hombres cuadriplica a la de las mujeres.
  • 37% de las personas consideran que el término “feminista” tiene una connotación negativa, frente a solamente un 26% quienes lo consideran como algo positivo.
  • Casi la mitad de las personas consideran que la palabra “enojado” describe al feminismo, mientras que un tercio ven al movimiento como algo “anticuado”.
Entonces cabe preguntarse, ¿no será mejor utilizar otro nombre, con el cual todo el mundo (o al menos, aquellas personas que no sean enteramente retardadas mentales) pueda identificarse? ¿No será mejor, simplemente por una mera cuestión de marketing, adoptar un término que no pueda ser tan fácilmente malinterpretado, y que a su vez pueda ser rápidamente adoptado y entendido por la mayoría de las personas, aunque algunas lo hagan de manera superficial, si ello ayuda a progresar la causa?
¿Realmente vale tanto la pena, si es que en verdad se busca igualdad, insistir tercamente en aferrarse a un nombre que tanta gente ve como anticuado y sobre todo, negativo? ¿Es realmente necesario tener feministas explicándonos una y otra vez, a un público cada vez más descreído del movimiento, que somos unos “ignorantes”, que no entendimos nada, y que el feminismo no es el dual del machismo ni de la misandria (como realmente creen millones de personas), sino que, aunque la palabra sólo mencione a uno de los géneros, en “realidad” busca la igualdad entre ambos?
Y esta última pregunta me lleva al siguiente problema: la lucha feminista, por más que se vanaglorie de buscar equidad para ambos sexos, lo hace luchando solamente por una de las partes.
El feminismo es el equivalente a querer equilibrar una balanza de platos, colocando más y más pesas… de un solo lado. Es decir, el feminismo lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, siempre y cuando la situación sea percibida como peor para las mujeres. Por lo tanto, nunca van a ver a los feministas luchar por la “cuota de género” en trabajos como el del basurero, el del minero, el del trabajador de plantas químicas ni de pozos de extracción de petróleo; la disparidad de género sólo es injusta en trabajos donde hay plata, comodidad y poder de por medio, y sólo donde los hombres son mayoría (a nadie se le ocurre quejarse de la abrumadora mayoría de mujeres ni pedir cuota de género en trabajos bien pagos de oficina, enfermería, odontología, etc.).
El feminismo, como lo conciben los feministas, no se supone que deba luchar por un equilibrio total en los derechos, sino que solamente debe hacer campaña por los derechos y los intereses de las mujeres, (de ahí el término) y por lo tanto, los hombres no reciben el mismo tratamiento (o, seamos realistas, ninguno) por parte del movimiento. Es decir, no importa que en sociedades como la nuestra, de cada cuatro personas que se suicidan tres sean hombres (proporción que asciende a 10:1 en mayores de 65 años), ni que los hombres tengan una expectativa de vida cinco años menor, ni que reciban penas de prisión significativamente más largas por crímenes idénticos, ni que el 80% de las víctimas de homicidio sean hombres (#NiUnoMenos? no… no sea cosa que el líder termine preso por asesinar a una menor de edad), ni que a pesar de ser víctimas de violaciones y abusos en igual proporción que las mujeres, el soporte y asistencia que se les provee al respecto sea nulo (eso sí, si un hombre es acusado falsamente por una mujer de haberla violado… que se prepare para un futuro sombrío y una vida arruinada; para ella, poco y nada cambiará: de ahí que más del 10% de los casos reportados sean falsos).
Tampoco importa que que se espere de nosotros que ocupemos los puestos de trabajo y cargos más peligrosos y/o más mal pagos, ni que se nos obligue a ir a morir a la guerra pero no a las mujeres, ni que seamos discriminados por la justicia en cuanto a la crianza de hijos, o a la tenencia de ellos y el pago de pensión luego de un divorcio, ni tantos otros etcéteras
Pero más allá de que los problemas que enfrentan los hombres, de poco o nada importan, me llama la atención que se quiera achacar el problema a una mera cuestión de género. Yo creo que la mayoría de la gente en este planeta (y tal vez sea un poco ingenuo al creer esto) es naturalmente buena, y que por otro lado hay personas que son una mierda: tanto mujeres como hombres. Porque esta burda reducción del problema, ¿a qué conclusión lleva, si no es a la eliminación del género masculino, como piden tantas feministas?
En definitiva, la lucha feminista es una lucha sexista, y si realmente se abogase por la eliminación del problema (cuya raíz en definitiva no es ni más ni menos que el sexismo), entonces se encaminarían los esfuerzos por otro lado, intentando dejar de lado las diferencias mediante el ejemplo y construyendo un futuro en común, en vez de generar un rencor cada vez más amargo, y profundizar la distancia que nos separa.
Pero ¿qué soluciones, además de matarnos a todos, plantea el feminista? Bueno, poco y nada puede hacerse frente a un problema que no existe, o que ya es legalmente contemplado desde antaño, y esto me lleva al tercer punto de la discusión.
Uno de los grandes caballitos de batalla del feminismo moderno es la lucha por la famosa “brecha salarial”, según la cual, una mujer gana $0.7 por cada $1 que gana un hombre por el mismo trabajo (lo cual está prohibido en el mundo entero por ley). El cálculo es el siguiente: sumemos lo que gana un ingeniero (digamos, $6) y un agricultor ($4), y luego sumemos lo que gana una maestra ($3) y una secretaria ($4). Así, los hombres ganan $10 por cada $7 que ganan las mujeres. Es evidente el error que comete quien realiza una estadística de esta manera,o bien por estúpido, o por vivo. Y cuando se hace el cálculo correcto, es decir, discriminando según la profesión de las personas, la “brecha salarial” milagrosamente desaparece.

Pero poco importa que este mito que los feministas repiten como loros haya sido desmentido una y otra vez; no se necesita ningún estudio ni estadística que demuestre su falsedad, se necesita pensar con un mínimo de lógica y honestidad intelectual. A lo que me refiero es a lo siguiente: ¿alguien en su sano juicio puede creer, que un empresario prefiera pagar un 30% más en salarios e impuestos asociados, pudiendo conseguir el mismo resultado, solamente por el “privilegio” de contratar un empleado del sexo masculino? Si esto fuera mínimamente cierto, no quedaría un solo hombre con empleo: las empresas y corporaciones son básicamente entidades psicópatas que buscan maximizar ganancias a toda costa, aunque esto implique violar leyes y normativas legales (y pagar las multas correspondientes si el saldo es positivo), la intoxicación o muerte de animales y personas, la destrucción del medio ambiente, o cualquier cosa que se interponga entre ellas y las ganancias. ¿Realmente puede alguien creer que van a pasar por alto una posibilidad de bajar sus costos operativos en un 30%? Seguramente no contratarían un solo hombre si ello les implicase un incremento en las ganancias de un mero 10%.

Tal vez la solución no sea exterminarnos a todos, sino, como proponen los feministas en Suecia, (uno de los países más “avanzados” al respecto) imponer un “impuesto a los hombres”, por el hecho de ser hombres.

O tal vez sea la desfiguración del lenguaje, como proponen las y los Reinas y Reyes de la y lo políticamente correcta y correcto. ¡SegurX que con estX llegamos a l@ iguald@d! Y la tipificación del femicidio como delito, también hará descender la cantidad de mujeres asesinadas. ¡Seguro que sí!

No me voy a meter con la estupidez de la “cultura de violación” ni con la farsa de que “una de cada 4 mujeres es violada”, ni con el delirio del “patriarcado” ni demás desvaríos feministas, porque creo que mi punto quedó claro: el feminismo ya no es más hoy en día el camino a seguir. Su significado original ha sido desfigurado y ultrajado por seres despreciables que se han apoderado del movimiento, por misandristas disfrazadas de humanistas y políticos sin escrúpulos. Hoy en día el feminismo hace más daño que bien: miente, genera disidencia y rencor, y no ofrece ninguna contribución positiva de cómo hombres y mujeres pueden llegar a vivir en respeto y amor el uno por el otro. Parafraseando a Edgar van de Giessen, hijo de una de las feministas Holandesas más prominentes, en su carta From the son of a feminist” (Del hijo de una feminista):

“El feminismo es un movimiento reaccionario que utiliza la misma energía opresiva contra la cual trataba de luchar, en lugar de trabajar con los problemas reales, y por lo tanto nunca podrá ser exitoso en crear un ambiente donde la feminidad amorosa y poderosa pueda florecer en una atmósfera de confianza y respeto hacia la fuerza masculina … En ese sentido, el feminismo siempre ha carecido de una visión de lo que es la salud emocional, de cómo el amor emocionalmente sano puede ser transmitido de un corazón humano a otro, de madre a hijo, de padre a hija, de hombre a mujer y de mujer a hombre. Sin esta visión, cuya carencia nunca se podrá abordar dentro de la miopía que el feminismo tiene sobre el corazón humano, independientemente del género, el feminismo seguirá siendo un mero movimiento reaccionario que por lo tanto incorpora los mismos problemas que enseña que están equivocados en los hombres, y que lamentablemente jamás le permitirá lograr su propio propósito.”

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