El hombre que decidió cambiarse de sexo adoptando la identidad de «Michelle Suarez», acaba de ingresar al Senado de la República. Su primer anuncio fue el de promover «Acciones afirmativas» para los trans.
«Acción afirmativa» es un neologismo para hablar en público de discriminación en favor de un grupo, en contra de todos los demás y que la gente no abra los ojos, que piense que se trata de algo «positivo», inocente, sin un costo para el resto de la sociedad.
Qué se diría si un senador hombre o blanco impulsara discriminación en favor de su grupo identitario. «Nazi», «Machista». Pero la discriminación es algo que la cultura neomarxista le permite a un transexual, a una mujer, a una persona de raza negra, un musulmán o cualquier otro grupo protegido, mientras lo niega a los heterosexuales, hombres o blancos, sobre la base de un relato, una narrativa, una historia en la que han logrado que muchos crean; en la que hombres, blancos, cristianos y heterosexuales han oprimido «históricamente» a todos los demás grupos «desde el principio de los tiempos». Esto se ha logrado borrando interesadamente del relato todos los aspectos en los que los hombres por ejemplo han cargado con el peso de la sociedad o el comercio de esclavos en el que los cristianos-blancos europeos eran la mercancía por dar un par de ejemplos de realidades históricas que contradicen este relato. Pero creamos en esta narrativa o no, una cosa es segura, el principio humanista de que el estado no debe hacer diferencias entre los ciudadanos salvo por sus méritos, la izquierda neomarxista lo ha tirado a la basura.
La política de identidades, o «agenda de derechos» como se la conoce en Uruguay, busca dividir a la sociedad en grupos por sexo, raza, religión, etc. y convencerlos de que su rol es acumular poder de lobby y sonsacar a fuerza de victimismo privilegios a costa del resto de la sociedad. El poder acumulado, como hemos visto, no queda en las manos de las comunidades minoritarias, sino de las organizaciones lideradas por neomarxistas que se encargan de distribuir el botín.
Estamos viendo el abandono del principio de igualdad ante la ley para imponer una «equidad» de resultados por la fuerza. Una idea que niega el carácter único y especial de cada ser humano que nos hace a todos distintos y desiguales (y está bien que así lo seamos), niega la existencia del mérito y la retribución justa al esfuerzo y el talento del ser humano. Una idea comunista que llevó a que decenas de millones de personas murieran de hambre y violencia política en el siglo XX. No es casualidad que sea como alega Salle Lorier, el partido comunista, el que desde el MIDES promueve con mayor fuerza este proceso; porque es el comunismo de nuevo, travestido esta vez, el que nos está tocando la puerta con una guadaña en la mano.