Era la segunda vez que nos veíamos. Después de cenar en un restorán de la zona, caminábamos por una de las tranquilas y sutilmente glamorosas callejuelas de Punta Carretas, cuando la conversación tomó un tinte esotérico.
– Creo que en situaciones que para uno son importantes y tienen mucho significado: una muerte, un hijo, un cambio profundo que altera los planes que tenías para tu vida, en esas situaciones suelen darse coincidencias que desafían las probabilidades.
– ¿Algo así como el destino?
– Yo no diría destino. Pero hay algo que no comprendemos ahí, algo que para entenderlo no alcanza con la objetividad, la racionalidad, el materialismo, y que influye en lo que es importante para nosotros mucho más que el mundo externo de los objetos.
– ¿Algo como Dios? Yo no creo en Dios. No creo en el destino. No creo que haya vida después de la muerte. El mundo después de la muerte estaría lleno de gente. Me parece que las cosas son más simples de lo que la gente dice. Que las cosas son como son, y no hay nada más.
En ese momento, me estiro y arranco una hoja del árbol bajo el que estábamos pasando y le pregunto: «¿Qué es esto?», mientras me adelanto y giro enfrentándola, mostrandole la hoja, e insertando así una pausa en el paseo.
Extrañada por lo absurdo de la pregunta, igualmente me contesta:
– «Es una hoja».
– «Si, ahora es solo una hoja…», le respondo.
– «Pero si hago esto…» y le acaricio la frente y el costado de la cara con la hoja «y esto…» y nos besamos por primera vez, dulce e intensamente «¿es ahora solamente una hoja?».
¿Son tus hijos, unos niños cualquiera? ¿Es tu esposa, tu novia, una mujer cualquiera? ¿Es la calle donde jugabas de niño, una calle cualquiera? ¿Sos vos, para vos, un hombre cualquiera? ¿Un integrante intercambiable de una clase social, un género, una raza, o sos un ser humano único y diferente a todos los demás?
El significado que vos le das a las cosas y a las personas, el que te das a vos mismo, es parte real de lo que sos.
De la misma forma, lo es el significado que otras personas te dan (lo que sos para ellas), aunque no lo veas y no haya forma de medirlo.
Paradigmas complementarios
El paradigma moderno del pensamiento, en el que se basa el método científico y del que en Varones Unidos partimos, ha sido elaborado desde la oposición entre la realidad objetiva y subjetividad, considerando a la segunda como una forma de contaminación de la primera. Así opera segregando toda subjetividad para lograr una percepción tan puramente objetiva como sea posible.
La muestra de la efectividad de este enfoque para las ciencias y la ingeniería está comprobado, pero al entrar en el campo de la moralidad, de la sexualidad, de la felicidad humana, la aplicación de este paradigma, es un error que nos está lanzando al vacío del relativismo moral posmodernista y nos deja como individuos a merced de la posesión ideológica.
Este desconocimiento de nosotros mismos que nos ha generado una tradición de desprecio hacia la subjetividad, nos dificulta entender el mundo en tanto seres humanos: con necesidades, emociones y aspiraciones subjetivas, lo que nos convierte en verdaderas marionetas de ideólogos y propagandistas, que capitalizan nuestra desorientación y la ansiedad que ésta nos genera.
Incorporar a nuestro entendimiento de la realidad el análisis de nuestras experiencias personales y subjetivas, de las profundidades de nuestra inteligencia y la fuente de nuestras emociones, es imprescindible para liberarnos del yugo de un totalitarismo colectivista, para el que no somos más que una hoja cualquiera.