El 20 de Noviembre fue el Día Internacional de los Derechos del Niño, y se realizaron tímidas declaraciones institucionales para celebrarlo, ocultando que a los menores se les vulnera su derecho humano más básico: el derecho a seguir teniendo padre y madre pese a un divorcio, el derecho a crecer, ser amados y cuidados tanto por su padre como por su madre, en un plano de igualdad y de responsabilidad.
La Carta de los Derechos del Niño establece que “todo niño tiene derecho a gozar de sus padres. El padre y la madre tienen una responsabilidad conjunta en cuanto a su desarrollo y educación. En caso de divorcio, el niño tiene derecho a mantener contacto directo y permanente con los dos padres, ambos con las mismas obligaciones”. UNICEF ha expresado de forma reiterada que debe dejar de considerarse al menor sólo como objeto de protección y también contemplarse como sujeto de derecho, siendo la custodia compartida un derecho del menor, y un deber de los padres. A su vez, la custodia compartida constituye la mejor garantía de protección de los demás derechos del menor.
Sin embargo, según el Instituto Nacional de Estadística de España, de los 12.551 divorcios contenciosos por la custodia de los hijos en el año 2016 sólo se concedió la custodia compartida en 2071 casos, es decir, al 14,4% de los padres que la solicitaron. ¿El interés superior del menor era dejar a los hijos medio huérfanos sin padre ni familia paterna en el 86’6% de los casos? ¿Es creíble que el 86,6% de los padres que pedían seguir siendo parte activa de la vida de sus hijos no estuviesen capacitados? En absoluto.
Privar a un hijo de uno de sus progenitores, por motivos que nada tienen que ver con su bienestar, es maltrato infantil, una forma grave de abuso y la más miserable forma de violencia intrafamiliar.
El intelectual Frederick Douglas afirmaba que “es más fácil construir niños fuertes que reparar adultos rotos”. Llegará el día que nuestros hijos sientan vergüenza de cómo se vulneraron sus derechos amparándose hipócritamente en su bienestar, y exijan responsabilidades a la sociedad que debió proteger su infancia, pero para entonces, ya serán adultos rotos.
Autor: Vicente Pellicer García