Presentado falsamente por la prensa comercial en busca de rating como «las detuvieron por besarse», generó pasiones desenfrenadas en las masas progresistas deseosas de lucirse como defensoras de causas nobles.
Denigraron al policía que debió lidiar con esta penosa tarea, acusándolo livianamente de «lesbofóbico» en el mejor de los casos. De represor de Videla en el peor.
Ya en el frenesí de la impostación, muchos se animaron a invocar la lucha contra la discriminación, la persecusión a homosexuales y hasta a nombrar a Hitler.
Todo eso lo hacen en uno de los países que lideran la vanguardia mundial en tolerancia e inclusión con las minorías sexuales.
Y las lesbianas combativas, aquellas que cada año organizan ataques a las iglesias, pintadas ofensivas a los varones y a la conducta sexual normal mayoritaria, que lo hacían aún con el gobierno que les dió sus derechos en ejercicio, se atreven nuevamente a insultarnos a todos quienes apoyamos y logramos aquella ley que hoy las reconoce como homosexuales y les permite casarse con quien quieren.
Finalmente, ante el surgimiento de la verdad de los hechos, por directo relato de la protagonista, aquellos que se subieron al carro de combate contra el patriarcado, la policía y la sociedad machista que ataca a la mujer, son incapaces de recular y volver a la sensatez.
No las habían detenido por besarse, ni por ser lesbianas, ni por el patriarcado machista. Arrestaron a una por cometer un acto irracional, antisocial y absurdo.
Como me habrían arrestado a mí o a cualquier persona que hiciera lo mismo.
Y no le exigieron libreta matrimonial a la otra por darse un beso.
Le exigieron demostrar el vínculo matrimonial, en medio de una discusión muy violenta, cuando ella exigía a los gritos ir con la detenida en un patrullero hacia la comisaría, cuando se le negó tal cosa y cuando ella insistió aduciendo que era la esposa y no una simple amiga.
Algo que es perfectamente comprensible. Todo fue mentira, todo fué distorsionado, y todos, conociendo la verdad, aún así se niegan a aceptarla y eligen la mentira.
¿Porqué ese progresismo ideológicamente indefinido se aferra a estas conductas absurdas?
Pues, la respuesta es sencilla. Porque no se atreven a ser revolucionarios de verdad. Es decir, no les dán ni las ganas, ni las fuerzas ni el valor para luchar realmente por la defensa de sus principios, para impedir que su nación, su dinero, sus recursos, su Estado, sean nuevamente arrebatados por una minoría oligárquica que arruinará todo.
Porque no son capaces de incendiar la Casa de Gobierno y arriesgar su propia vida para echar al oligarca de allí. Entonces calman su frustración con estas pedorradas. Defendiendo a una enajenada que se emperró en fumar en un lugar prohibido y, creyéndose poderosa por ser lesbiana en un país con derechos especiales para ellas, desafió, insultó y hasta golpeó a dos policías y quiso salir corriendo. Algo que yo jamás haría, salvo que fuese para tomar el poder y con un fusil en la mano. A esa trastornada la defienden como no son capaces de defender a la mujer que les dió los mejores doce años de sus miserables vidas.
Los autoengañados revolucionarios de cafetín.
(Publicado originalmente el 7 de Octubre de 2017)