La política universitaria llamada «espacios seguros» («safe spaces» en inglés), consiste en la definición de lugares dentro de la institución educativa, donde la administración restringe la libertad de expresión de los alumnos, con el supuesto objetivo de «proteger» a estudiantes de determinado sexo, origen, color de piel, religión u orientación sexual, de todo lo que pueda llegar a ofenderlos. Esta política está especialmente extendida en las universidades de Estados Unidos y en menor medida en Inglaterra.
De los espacios seguros a la corrección política: ¿Quién define qué se puede decir y qué no?
La censura del discurso que previamente se había limitado a estos espacios, se ha extendido recientemente en algunos casos a toda la universidad, de la mano de la corrección política y el concepto de «microagresiones», que legitimiza la ambición totalitaria de sancionar el mas mínimo acto de desafío a los colectivos protegidos por el sistema de corrección política. Este mecanismo de censura se implementa otorgando a los integrantes de las clases protegidas (mujeres, afrodescendientes, musulmanes, LGBT), el poder de imponer restricciones a lo que los demás dentro de la universidad pueden o no decir.
El camino a la opresión está plagado de idealismo
Qué es «potencialmente ofensivo» y qué no, solo se puede definir de forma subjetiva, porque depende de la interpretación subjetiva de una persona o colectivo de personas.
Cuando se le otorga a un grupo de personas de determinado sexo, religión o color de piel, el poder de sancionar el discurso o la acción de los demás cuando se los ofende, estamos creando formalmente una clase opresora, microdictadores con el poder de imponer a la libertad de expresión de los demás su deseo de no sentirse desafiados.
Un ejemplo que ayuda a comprender esto, es el del video que compartimos a continuación, en el que una chica afroamericana increpa a un muchacho blanco porque que una persona blanca utilice rastas le parece ofensivo hacia los descendientes de africanos, alegando que se está «apropiando de su cultura».
Y este argumento de la «apropiación cultural» no es un delirio personal de esta chica, sino colectivo, y legitimado por gran parte de la burbuja universitaria políticamente correcta en Estados Unidos.
La censura en el ámbito de la educación superior es especialmente grave porque las universidades son las instituciones en las que dependemos para separar la paja del trigo, el conocimiento de la superstición, la verdad del engaño.
Pero la vulneración de las libertades de pensamiento y expresión, no son responsabilidad exclusiva de los estudiantes que – integrando estas clases protegidas – participan de (y reclaman por) la represión. sino también y principalmente de quienes desde su posición de autoridad como docentes o gremialistas, los arengan a este reclamo, así como de los organismos de gestión universitarios que les otorgan – quizás bienintencionadamente – el poder para perseguir y oprimir a sus compañeros.