Hoy se hacía otra edición de la «Feria del Libro», organizada por una librería de Lagomar. Mi hija más chica, Tatiana, nos había comentado que cantaba en el evento, junto con algunos de sus compañeros, así que decidimos con mi señora ir a verla cantar. La cosa es que la canción era en tono de «murga». Parece que en la escuela no tienen más «canto» como ántes, sino que ahora tienen «murga», una materia que dá un «profesor de murga» (creo que todos sabemos de donde salió…).
Una vez allí, nos presentaron el evento y nos comentaron cual era la temática de la «murga». El tema central sobre el que iban a cantar los niños era «el machismo», un tema que supuestamente había sido «elegido democráticamente por los niños», (hubo votación y todo). En ese momento me pregunté ¿cómo podía ser que entre niños de 10 años surgiera ese tema tan específico y peculiar? Cantaron (una canción que hablaba de varones que juegan con muñecas, varones que lloran, de mamás que «no crían machitos» (sic), etc.), hubo aplausos, etc. Luego cantaron otra canción, dedicada al «bullying». Más aplausos, etc.
La cuestión es que después del evento, no pude calmar al bichito de la curiosidad, así que le pregunté a Tatiana cómo había sido la selección del tema de la canción de la murga. Me dijo que el tema lo habían seleccionado entre los compañeros. Me dije, «bueno, si… capaz que de eso se trató siempre, que eligieron el tema ellos… yo siempre pensando lo peor», pero seguí indagando, convencido de que había cierto «dirigismo» en el asunto. Resulta que inmediatamente antes de la elección del tema, habían estado hablando del «día de la mujer», de la violencia de género y… del machismo.
Creí ver un atisbo de la influencia de ciertos grupos feministas (¿algunas «ovejas negras» tal vez?), con intereses no relacionados con la enseñanza (el verdadero objetivo de la escuela), sino con la manipulación de opiniones y puntos de vista, con el mero y simple adoctrinamiento. O tal vez no, y esto es solo paranoia mía.
En un rato probablemente no me importe que un tipo al que le gusta el carnaval les esté dando «clases de murga», en vez de tener un profesor de música que les enseñe a cantar. No es que espero tener una artista del canto en la familia (ni mucho menos). En realidad me gustaría que se pusiera énfasis en corregir las faltas de ortografía, que le enseñen las tablas, a hacer operaciones matemáticas, geografía, incluso historia. Digo, ese es el objetivo de la escuela ¿no?
Por sobre todo, no quiero que adquiera la idea de que la violencia que importa es la «de género», o que al hablar de ciertas cosas se las «visibiliza», cambiándolas mágicamente solo por eso, como si se aplicase el principio de indeterminación a la situación, sin que se tomen acciones concretas más allá de «visibilizarlo». Ni tampoco quiero que se convierta en una «feminista» de tercera ola, de esas que abandonaron la lógica y el raciocinio para abrazar una ideología nefasta y declarar la guerra contra el varón.
En este momento de vulnerabilidad que vive mi hija, en la que es una esponjita que absorbe todo lo que se le dice, prefiero que en la escuela se dediquen a enseñarle ciencias. De lo demás nos encargamos nosotros, los padres.