Yo no defiendo ni justifico a los criminales sexuales. Es más, no creo en la idea de que puedan rehabilitarse o reinsertarse en la sociedad. Son enfermos, trastornados. No son personas comunes y corrientes. Deben ser castigados de manera ejemplar.
Lo irónico quizás, es que muchas veces los progres me han machacado poniéndome el mote de “fascista” por sostener esta línea de pensamiento. Lo cual en realidad es bastante comprensible: al marxismo cultural no le reditúa ideológicamente la atribución de responsabilidades individuales. Necesita trasladar esa responsabilidad a un colectivo. Por eso, lo que sí le reditúa es buscar esos demonios en la sociedad occidental, en la masculinidad y, particularmente, en el varón común y corriente, para de alguna forma, generar una permanente confrontación social y así legitimar su retórica. Lo cual, por cierto, al trasladar esa responsabilidad a “la sociedad” o a “la cultura”, terminan por deslindar a esos individuos de toda responsabilidad individual por sus malas acciones; y a la vez, implícitamente, justifican su mal accionar.
Como ya dije, no defiendo a estos criminales. No creo que esto sea necesario aclararlo, pero en tiempos donde la manipulación emocional es tan grande, a veces uno tiene que detenerse a explicar hasta lo más obvio. Pero cuando existe una situación de violencia sexual, ¿por qué se asume que si no crees ciegamente en la palabra de la víctima entonces estás defendiendo al victimario? Personalmente creo que la cosa no es tan así en “blanco o negro”. Eso es un falso dilema. Esos reduccionismos, lejos de aportar alguna solución real al problema que se plantea, simplemente desvían el foco de atención hacia otro punto, lo cual lamentablemente termina siendo funcional al oportunismo de turno.
Lo que sí defiendo es el principio más básico de la Justicia: la presunción de inocencia. Un Derecho Humano, por cierto. Un Derecho del cual los varones lamentablemente ya no gozamos. Al menos ya no en nuestro país. Al varón, ahora lo juzga una Justicia tuerta, sesgada por intrusiones ideológicas; que te halla culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Si sobre vos pesa una denuncia por violencia sexual o doméstica, esto ya es motivo suficiente para que vayan a buscarte a tu casa, se te arreste, se te meta a un patrullero y se te conduzca a una dependencia policial como si fueras un criminal. Sin pruebas, ni testigos. Basta con una denuncia. Vas preso “por las dudas”. Basta con que se genere una “duda” para encerrarte y para que enfrentes un juicio donde, lejos de que se presuma tu inocencia, lo que se presume es tu culpabilidad. Una duda que se sustenta en el sólo hecho de que sos varón, cabe aclarar.
Con la carga de la prueba invertida, en el juzgado, sos vos quien tiene que presentar pruebas para demostrar que sos inocente, y no la parte demandante para probar tu culpabilidad, lo cual sería lo lógico. Mientras se resuelve el caso, y aún sin tener pruebas que te incriminen, se te imponen medidas cautelares. Se te puede poner una orden de alejamiento. Si convivís con la mujer que te denunció, se te íntima judicialmente a abandonar tu casa y se te bloquea todo contacto con tus hijos.
Todo esto sin prueba alguna de tu culpabilidad. De hecho, por el propio vacío legal que genera la LIVG, no es necesario probarla, porque de plano ya se presume de antemano que sos culpable.
“Quien nada debe nada teme”
“Si estás limpio no tenés que preocuparte capo”
“Sobradas” como esas, son las que uno encuentra boyando en comentarios de Facebook o en Tweets, de autoría de ciertos elementos bastante indeseables respecto al tema. Como si una falsa denuncia se tratara sólo de una inocente “mentirita” de una mujer despechada. Casi nada ¿No?
O como si una falsa denuncia se tratara de un simple “malentendido” o de un “error” y que la cosa termina ahí. No, la cosa no termina ahí.
Esta gente no logra dimensionar las consecuencias que puede acarrear una “mentirita” como esas. Sólo las dimensionan cuando esa realidad les toca vivirla de cerca, claro. Porque con una denuncia falsa te pueden arruinar la vida. Te pueden dejar en la calle. Con una falsa denuncia pueden destruir tu reputación, tu imagen. Con una falsa denuncia pueden alienar a tus hijos en tu contra. Con una falsa denuncia te pueden hacer perder tu trabajo. Además convengamos que teniendo un antecedente de entrada en una comisaría y con una denuncia por violencia sexual o doméstica, haya sido verídica o no, eso no te facilita mucho las cosas para volver a encontrar un empleo. Aún siendo inocente, el antecedente no se te borra. Ese estigma lo vas a cargar de por vida.
Nadie te va a ayudar a limpiar tu imagen después de salir de ese infierno… si salís, claro. Tampoco vas a recibir reparación alguna por el mal que te causaron. La parte demandante no va a recibir represalia alguna de parte de la Justicia por haberte difamado, más allá de alguna multa o trabajo comunitario, y eso en realidad queda a entera subjetividad del juez. Puede hacerlo o no. No está obligado. De hecho la denunciante puede denunciarte cuantas veces quiera. Y demás está decir, que nadie va a llamar a sentir “empatía” por vos ni van a poner hashtags de “yo te creo”.
Entonces, sabiendo todo esto, ¿Se tiene que creer ciega e incondicionalmente en la supuesta víctima? Somos conscientes de que presumir la culpabilidad de una persona en base a la sola palabra de otra en materia de derechos estamos retrocediendo básicamente a la Edad Media, ¿no? A los tiempos de los ajusticiamientos y linchamientos públicos. A los tiempos de las cacerías de brujas.
Personalmente no pongo las manos en el fuego por nadie. Sólo por los míos. Y con menos razón, siendo que esa “empatía” – palabra bastardeada si las hay – a la que tanto llaman cuando trasciende un caso como estos, vale para un lado solo. A mí que me disculpen, pero no me sale ser hipócrita.
Perdón.