Los derechos de los hombres no se han perdido en callejones oscuros ni en estado de embriaguez, se han perdido a plena luz del día por unanimidad en el congreso de los diputados, con el respaldo íntegro de todas las administraciones del estado y con el silencio cobarde de la sociedad que permite que se establezca un apartheid sexual donde los niños y los hombres son insultados, discriminados y criminalizados a todos los niveles, en todos los ámbitos y desde todos los frentes, convirtiéndolos en ciudadanos sin derechos. Y todo ello se ha hecho con pleno conocimiento de causa.
Como todas las leyes ideológicas liberticidas del feminismo, «la ley de libertades sexuales» esconde tras un enunciado precioso la aniquilación definitiva de lo que quedaba de Estado de Derecho en España, con mayor vulneración si cabe de los DERECHOS HUMANOS de cualquier hombre con el que una loca del coño se cruce y desee arruinarle la vida. La ley de libertades sexuales cercena la presunción de inocencia, establece penas colectivas por razón de sexo por delitos individuales (algo nunca visto en Europa desde la Alemania Nazi), invierte la carga de la prueba y garantiza el asesinato legal de cualquier hombre por el mero hecho de serlo.
Criminalizar a 18 millones de hombres adultos en España por el ínfimo 0.009% porcentaje de delitos sexuales es un nivel de FANATISMO SEXUAL repugnante.
La falta de consentimiento en las relaciones sexuales siempre ha sido un delito en el código penal que también establece penas más duras en las relaciones de parentesco o cuando exista ánimo de vejar a la mujer. Todo eso ya está contemplado en el código penal. Esta ley es demagogia pura y dura del sector más feminazi de la sociedad, el que se manifiesta coreando con los ojos vendados el “violador eres tú” en las plazas de los pueblos. Y precisamente lo hacen con los ojos vendados porque les da igual si acusan a un culpable que a un inocente. Para ellas, todos los hombres son violadores. Ya sabéis, «yo sí te creo hermana”, porque las mujeres son seres de luz que no mienten nunca, ¿verdad?
Hasta tal punto se ha mantenido, como única prueba de carga con valor probatorio absoluto la palabra de la denunciante, que la mayoría de sentencias condenatorias se basan únicamente en la palabra de la mujer, aunque incurra en múltiples contradicciones, incoherencias y falsedades. Total, como se niega la existencia de denuncias falsas y la Fiscalía General tiene orden de no perseguirlas de oficio, denunciar falsamente a un hombre de abuso sexual / agresión sexual sale gratis a la mujer que lo denuncia falsamente. Al hombre, probablemente se le condenará sin pruebas e incluso contra las pruebas (como hemos visto en algunos casos recientes) porque «a la mujer hay que creerla sí o sí, siempre» dice la electroencefalograma de Carmen Calvo.
Es más, ¿cómo se demuestra con la «ley del sólo sí es sí» que ha habido un sí? Perfectamente una mujer despechada y resentida puede alegar que dijo no, aunque en realidad dijese sí. Es más, puede incluso reconocer que dijo sí, y alegar que lo hizo bajo coacción, intimidada. La cuestión es que como el hombre no grave toda la relación sexual será condenado con toda seguridad, porque su palabra, ante la de una mujer, no tiene valor alguno. ¿Quién no apoyaría a una mujer violada? ¿Quién no se indignaría ante una violación y exigiría justicia? Bajo esta falacia lógica, hablamos del falso dilema, es cómo se acabará con la presunción de inocencia, de modo que a toda denuncia, sin condena, se le dará credibilidad absoluta.
La ley de libertades sexuales no está pensada para proteger a los individuos de agresiones sexuales, por ello sólo contempla como víctima a la mujer y no contempla como víctima ni a los hombres ni a los niños varones.
La ley de libertades sexuales, inspirada en la ley integral de violencia de género, está diseñada con un objetivo muy concreto: criminalizar al hombre heterosexual, invadiendo la esfera más íntima y privada de las relaciones sentimentales (ya se sabe la consigna feminista de Carol Hanisch «lo personal es político») y dotar a la mujer en proceso de divorcio de una nueva herramienta de maltrato institucional hacia el hombre.
La ley de libertades sexuales llega a considerar delito lo que simplemente sería una grosería o falta de respeto en cualquier cruce de calle con una mujer, porque el mensaje subyacente es muy claro: la mujer, como ser inferior, dependiente del estado, eternamente infantil gracias al feminismo, es incapaz de defenderse sin leyes específicas que la protejan solo a ella.
No hace falta ser un genio para darse cuenta que esta ley provocará más mujeres muertas, al tiempo que aumentará la cifra de suicidios de hombres. Algo que también ha hecho la ley integral de violencia de género, y que es tan evidente que sorprende que se haya podido mantener tal ocultación de cifras. Pero que aumenten las mujeres muertas a nadie importa, porque la sangre de cada muerta permite reclamar más y más dinero, para mantener un negocio tan obsceno como criminal, donde nada llega a la mujer verdaderamente maltratada. A la izquierda le interesa que mueran cuantas más mujeres mejor, los chiringuitos no se pagan solos. En cuanto a los hombres falsamente denunciados, algunos de los cuales llegan al suicidio, al feminismo le importan una mierda, ya se sabe la consigna feminista «machete al machote» o «hetero muerto, abono para mi huerto».
Pero es que además la ley no va a solucionar nada. En primer lugar, un depredador sexual no va a abstenerse de violar por mucho que se cambie la ley (en cambio, la prisión permanente revisable, a la que se opone el feminismo, sí que evitaría nuevas violaciones). En segundo lugar, la ley incentiva que cuando un violador viole a una mujer, prefiera después matarla, dado que así no podrá declarar en su contra, y total la condena va a ser la misma. En tercer lugar, también provocará que hombres inocentes falsamente acusados se tomen la justicia por su mano, aumentando también el número de mujeres muertas, lo que ya ocurre con la ley de violencia de género. Y sino, al tiempo: aumentarán las mujeres muertas. El negocio perfecto para el feminismo: más observatorios, más fundaciones mujer, más institutos de la mujer… todo bien regado con dinero público.
Todo esto se ha permitido por no denunciar lo que es el feminismo, una ideología totalitaria supremacista de odio al hombre, de profundo desprecio a la vida, a la familia, pero sobretodo a la paternidad. El feminismo es fanatismo sexual y utilitarismo basado en la criminalización constante de la masculinidad, a la que llaman tóxica, y quieren «deconstruir». No existe otro feminismo, no hay un feminismo bueno, nunca lo ha habido, nunca lo habrá. El feminismo está impregnado de marxismo hasta el tuétano, traslada la lucha de clases a la lucha de sexos, destila odio hacia los hombres por cada uno de sus poros.
Estar en contra del feminismo no es estar en contra de las mujeres. Estar en contra del feminismo es estar en contra de la discriminación sexual , es defender el Estado de Derecho, es defender la igualdad de hombres y mujeres, es defender los derechos humanos y nuestra Constitución.
Todos tenemos mujeres en nuestro entorno a las que queremos y admiramos, por las que daríamos nuestras vidas, y a las que no les deseamos ningún mal, mucho menos que fuesen violadas o agredidas sexualmente; pero estas leyes no protegen ni protegerán a la mujer nunca, porque la libertad necesariamente implica un riesgo, además de que degradan a la mujer a la categoría de discapacitada, y por supuesto, dejan en la absoluta indefensión legal a los niños y a los hombres.
Es hora que denunciemos este tipo de leyes y tratemos como la escoria humana que son a quienes las defienden, a quienes las apoyan y a quienes las promueven. Son fanáticas, son enfermas, son dementes y debemos señalarlas y enfrentarlas. Esta ley la promueve Irene Montero, una auténtica lerda que ha llegado a Ministra de Igualdad en España, única y exclusivamente por ser mujer, sin más mérito ni capacidad que tirarse al macho alfa de su partido. Esta ley la promueve una tía cuyos conocimientos legales y jurídicos se pueden resumir en la servilleta de una cafetería, y en un claro abuso del poder ejecutivo, subyuga y amedrenta al poder legislativo y judicial.
Después, cuando un padre se divorcia y solicita la custodia compartida, se sorprende que lo traten peor que a un terrorista en los juzgados de familia sólo por pedir igualdad ante la ley, que se respeten los derechos de la infancia y que un hijo pueda tener padre y madre en igualdad de condiciones.
Hemos permitido que se nos criminalice sólo por ser hombres, desde nuestro mismo nacimiento, pero no con mi hijo, hijas de la gran puta. Será por encima de mi cadáver.