La consagración de una injusticia no transforma el mundo en justo, solo cambia el eje de la balanza de modo que la injusticia gana terreno, vestida de equidad.
Toda discriminación es irracional, equivocada y conlleva dolor y muerte a millones de personas por el solo hecho de ser diferentes en algún aspecto.
Leyendo las argumentaciones de los legisladores en el debate debo decir que estoy de acuerdo con casi todos.
Como la mayoría de los uruguayos pienso que cada ser humano debe poder elegir con libertad cómo quiere vivir su sexualidad. Pero legislar al grito de la tribu no es la solución, porque nunca las cosas se arreglan creando nuevos problemas.
Hoy la puja parece centrarse en delimitar qué colectivo ha sido más discriminado y el resultado es que el resto debe abonarle una restitución pecuniaria.
Reparar económicamente a toda persona que se haya sentido discriminada es un disparate. Pronto los tribunales se llenarán de mujeres, negros, judíos, rengos, tartamudos, albinos, tuertos, pelados, masones y gordos que con similar criterio tendrían igual derecho a ser resarcidos por la sociedad que integran. No es el Estado el que paga, lo hace una sociedad integrada por individuos que han sufrido – en mayor o menor medida – la natural tendencia a discriminar que tiene el ser humano.
El segundo tema que me preocupa es el desconocimiento que tiene el legislador de la evolución de la personalidad humana.
Hoy la ciencia nos ha demostrado que esta se consolida alrededor de los 18 años. Permitir que un niño intervenga su cuerpo antes de esa edad es sin dudas una aberración. El único camino genuino es sembrar conciencia y para ello hay que educar en la no discriminación. Hay que enaltecer la dignidad del ser humano y educar en la dirección que se comprenda que el ser humano es un valor en sí mismo. Esto no significa obligar a los contribuyentes a solventar esta nueva “aventura” pecuniaria en un país en el cual hasta los enfermos de cáncer sin patrimonio son discriminados. Porque ellos también son contribuyentes