Raqqa, la capital del Estado Islámico ha caído finalmente bajo el completo control de los rebeldes kurdos apoyados por Estados Unidos luego una intensa lucha contra el remanente de la guarnición wahhabi-islamista.
Ya no están dadas las condiciones que propiciaron el crecimiento del Estado Islámico
Desde las elecciones en Estados Unidos y en especial luego de la asunción de Donald Trump y James Mattis como Secretario de Defensa, la suerte del ISIS en el campo de batalla se había revertido.
Durante la campaña, correos filtrados probaron que el Departamento de Estado, en manos de Hillary Clinton, era consiente de que el gobierno de Arabia Saudita y Qatar (aliados estadounidenses) brindaban apoyo económico y militar al Estado Islámico, notorio por sus alevosas violaciones a los derechos humanos.
Clinton en particular recibió donaciones millonarias de parte del gobierno de Qatar, mientras cumplía funciones como Secretaria de Estado.
Pero ya fuera por corrupción o por estrategia geopolítica, ni el gobierno de Obama ni el Departamento de Estado de Clinton, denunciaron ni impusieron sanción alguna a los reinos árabes por su financiación al ISIS.
Incluso antes de su viaje a Arabia, el cambio de un gobierno poblado por políticos dependientes de sus financistas extranjeros, a uno que llegó básicamente sin deudas de favores, puso a Estados Unidos en una posición negociadora mucho más fuerte respecto a los gobiernos árabes que previamente habían gozado de una influencia indebida sobre la política norteamericana.
Esta independencia permitió a Trump presionar al gobierno Saudita para que dejase de financiar al Estado Islámico y denunciase al gobierno de Qatar ( dueño de la cadena de noticas Al-Jazeera ) por continuar con el financiamiento del estado terrorista, sellando de esta forma el destino del estado yihadista.