En una calle céntrica de Montevideo ocurrió un arrebato. Un delincuente de unos 25 años, arrojó al suelo a un anciano de 80 para robarle. Los vecinos de la zona lograron capturar al delincuente.
Al llegar los efectivos policiales, se hizo presente esta mujer que aparece en la foto. Se presentó como jueza y procedió a amenazar a quienes habían participado de la detención del maleante con denunciarlos por el maltrato al que lo habían sometido. Como ocurre en practicamente todos los arrestos ciudadanos, se había ligado alguna patada fruto de la justa indignación de los ciudadanos, ante alguien que transgrede los códigos de convivencia y de humanidad, al atacar a un inocente jubilado para robarle.
La supuesta jueza, según relata la crónica, procedió a sancionar a los participantes alegando que había grabado todo desde el balcón de su apartamento. No preguntó si quiera si la víctima del delincuente, que permanecía temblando en estado de shock, se encontraba bien.
La feminización de la justicia
Durante los últimos años, los juzgados se han ido poblando cada vez más mujeres. En la mayor parte del mundo hispano, las juezas mujeres ya son mayoría. Esta desigualdad, de la que el feminismo nunca hablará – porque le otorga más poder a mujeres -, teniendo en cuenta los datos de egreso de la educación superior, no hará más que seguir creciendo. De no tomar acciones al respecto, la administración de la justicia estará prácticamente en manos de un solo género, el femenino.
Compasión y Justicia
Cuando muchos pensamos en la justicia, lo que entendemos es la objetividad y la severidad al juzgar de acuerdo a las leyes y los códigos prestablecidos según los cuales aceptamos convivir. De aquí que la justicia sea «ciega» y no haga diferencia de acuerdo a las características de clase, condición, orígen, de la persona juzgada, sino solamente a los actos que haya o no cometido.
La compasión, sin embargo, es la tendencia a proteger y perdonar a quien se percibe como débil o en situación de vulnerabilidad.
La compasión también es necesaria, porque a veces necesitamos una segunda oportunidad, pero como con tantas otras tendencias humanas, tenemos que tener cuidado en no abusar de ella, en especial cuando se tiene un puesto de responsabilidad en una institución como la justicia, que fue pensada para que quienes la integran tengan una menor tendencia a ser excesivamente compasivos.
El peligro de este exceso de compasión fue encapsulado históricamente por Donald Trump durante su campaña en Estados Unidos cuando en medio de sus actos, leía el poema «La serpiente» del músico afroamericano Al Wilson que relata la historia de una mujer que rescata a una serpiente que encuentra herida solo para que ésta, luego de recuperarse, en lugar de agradecerle la muerda, porque al fin y al cabo, es lo que hacen las serpientes.
La compasión y la femineidad
De acuerdo a la psicología evolucionista, la compasión emerge principalmente del vínculo madre-hijo, y de acuerdo a estudios psicométricos, la mujer – coherentemente con esta teoría – tiene una mayor tendencia a la compasión que los varones.
Los varones tienen una mayor tendencia a ser excesivamente severos, la cual sabemos que puede ser problemática, pero su problema equivalente en las mujeres es el ser excesivamente compasivas, lo cual, estamos descubriendo, también puede causar graves problemas en cuanto al mantenimiento del orden social.
No hablamos de que esta tendencia hacia una compasión excesiva sea un problema de las mujeres como individuos, sino de una tendencia que se traslada culturalmente incluso a los hombres cuando estos habitan la cultura femenina de una institución compuesta en su mayoría por mujeres e incluso en instituciones y grupos donde las mujeres pueden ser minoría pero estas ejercen una influencia cultural desproporcionada.
La feminización general de la cultura en occidente ha llevado a múltiples situaciones en las que un exceso de compasión está poniendo en riesgo la seguridad y la efectividad de las políticas públicas, la actitud de europa frente a la crisis migratoria o los planes sociales que truncan el desarrollo de la responsabilidad individual de personas perfectamente capaces, son dos ejemplos de una tendencia que afecta a todas nuestras sociedades y nos plantea la necesidad urgente de implementar cambios.
El neomarxismo, la compasión y la delincuencia
Pero la mera mayor tendencia de las mujeres hacia la compasión no es suficiente para explicar la actitud de la jueza en particular, ni el fenómeno del sesgo generalizado a favor de los delincuentes comunes en la justicia.
En la anécdota que compartimos más arriba, el grueso de las mujeres enfocarían su compasión hacia el abuelo que temblaba en el piso luego del ataque y no hacia su victimario. El error no deriva de la condición de mujer de la jueza, sino del sesgo ideológico que la habita.
Para entender su reacción entonces, es necesario que ésta haya sido inoculada en con un relato que prede su tendencia a la compasión y la enfoque hacia el delincuente en lugar de hacia la víctima. Esto en general ocurre en el ámbito universitario, en particular, en la facultad de derecho, donde la doctrina que se les inculca a los estudiantes se basa en la protección de las «clases oprimidas» periféricas y en la búsqueda del «empoderamiento» de éstas en perjuicio de las clases centrales, que tradicionalmente han sido quienes han tenido el poder en los estados nación.
Es importante tener en cuenta que esto se enmarca en un proceso de reducción de las potestades de estos estados nación, para la concentración global del poder en organismos internacionales.
Desde las leyendas de Robin Hood a esta parte, para quienes se enfocan en la desigualdad económica como principal manifestación de la injusticia, la delincuencia común les presenta un dilema moral, porque por un lado se está traicionando el código moral de convivencia, pero por otro se está castigando a quien se percibe como beneficiario de esa desigualdad.
A su vez, se apoya en una demografía irónicamente privilegiada y pudiente, a la que los jueces en general pertenecen y para la que la ideología neomarxista le permite transformar sus sentimientos personales de culpa, que emanan de su consciencia de privilegio, en el sentimiento opuesto: en un orgullo por su patológica compasión.
Si bien esto le permite al neomarxista dejar de sentir su culpa, el privilegio que le da origen sin embargo no desaparece, sino que es proyectado hacia otros. Otras categorías de personas en la sociedad (la raza blanca, el sexo masculino, los heterosexuales, las víctimas de delitos contra la propiedad, etc.) cuyos integrantes no son necesariamente privilegiados en absoluto, pero son sin embargo juzgados como si fueran culpables a pesar de ser las víctimas del delito, y de la transgresión a los códigos de convivencia.
¿Cómo reaccionamos?
El primer elemento a solucionar es el desigual acceso a la educación superior que está dejando a los hombres fuera de la administración de la justicia. Esto permitirá prevenir el surgimiento de una desigualdad en el sentido contrario al que tradicionalmente se piensa, pero solamente mitigará la parcialización ideológica de la justicia.
Defeminizar a la justicia sería un objetivo equivocado no solo porque atentaría contra la libertad en el desarrollo profesional de las mujeres, sino porque no sería efectivo contra un problema político-ideológico en el que el aspecto sexual es un mero agravante.
Para solucionar este problema de fondo es necesario velar por la despolitización de la educación superior en general, y específicamente en derecho, que es donde se haya la raíz de la cooptación política neomarxista de la institución judicial y cuyo resultado en los hechos – intencionado o no – es este sesgo perverso en contra de la víctima del delito y la legitimación de quienes toman a la criminalidad como un modo de vida.