La moda es considerada en general una tendencia en la vestimenta, conducta o jerga que genera un deseo de pertenencia en cierto grupo social durante determinado período.
Su nombre proviene del latín como significado de medida y se vincula directamente con el concepto estadístico, que significa «valor o parámetro más frecuente» en las distribuciones de datos.
Las personas se enrolan en corrientes de moda desde siempre.
La mayoría de las veces sin comprender completamente las consignas, su origen, los intereses en juego o su propio rol dentro del esquema.
Un ejemplo de ello son las sectas, mas también la moda de vestimenta en general, las jergas del lenguaje o las «novedades» políticas como Cambiemos.
Es claro a esta altura que la mayor parte del 50% que votó a este grupo oligárquico está fuera de su consideración política y está siendo perjudicado concretamente.
Sin embargo Cambiemos representa sus deseos imaginarios.
¿Porqué?
Pues por la moda.
La energía fundamental que orienta la conducta humana no es la identificación de la realidad sino la fantasía y la esperanza.
De allí que gran parte de las guerras humanas hayan estado motivadas por principios místicos y religiosos.
La esperanza de pertenecer alguna vez a una clase privilegiada, o simplemente ser asociado con sus gustos y modos, o la ilusión de luchar contra un enemigo maligno, son parámetros suficientes y extremadamente poderosos para motivar al hombre a la acción.
Aún inclusive si esa acción lo pone en riesgo, lo perjudica o lo introduce en la contradicción o el ridículo.
Y una de esas tendencias de moda actualmente más poderosas es el neofeminismo.
No sólo para las mujeres. Hoy ya se impone con furia mayúscula en un grupo creciente de varones, quienes se avergüenzan públicamente de su condición masculina reconociendo su propia genética como perversa.
Todo por el poder enorme de la tendencia. Pertenecer al grupo.
Hace algunos días, unos sujetos que adhieren de manera extrema a esta tendencia, publicaron un comentario autoacusatorio «de género».
Que los varones somos malvados, degenerados y que nuestros ancestros esclavizaron y torturaron mujeres siempre.
Me llegó a través de un contacto común.
Yo comenté al respecto simplemente exponiendo que la inmensa mayoría de varones son y han sido en la historia fieles compañeros de la mujer en la tarea reproductiva, sustentándola en sus necesidades, protegiéndola a ella y a sus hijos, y conformando una sociedad de mutuo afecto y beneficio.
Me refiero a miles de millones de personas. Y los casos conflictivos son parte de la conflictividad general de la humanidad, que de ningún modo es exclusiva de un género único.
Si así fuera, no habrían confrontaciones entre mujeres, por caso.
Los sujetos se burlaron de mí y me contestaron llamándome «machirulo», sea lo que fuere que tal término simboliza en sus mentes en guerra.
Es decir, tal como lo hacen las damas neofeministas en su furia irracional, estos individuos no contestaron refutando argumentos, cifras, proporciones. Ni siquiera los consideraron. En su ramplona consideración de «ellos contra nosotros», me colocaron en el bando de los «machirulos» simplemente por no aplaudirlos y apoyarlos.
Hoy, el sujeto de marras publica algo como este afiche, según me envía mi contacto. «Callémonos, disculpémonos…», recomienda este individuo ante el berrinche delirante de cualquier mujer furiosa que nos acusa, agregando luego el extrañísimo concepto de «mujer racializada» (?).
Pues, yo no tengo nada de qué disculparme. Al parecer otros sí, como Facundito Arana. Y como consideran estos cancerberos del nuevo orden vaginal.
La felicidad de estar a la moda.