Leo la denuncia de una señorita en Facebook, por haber sido piropeada por un sujeto en la calle. «Mi amor.. no sabes el chirlo que te daria en la cola…», eso refiere la chica haber escuchado. Montó en cólera, lo insultó, lo fotografió y lo filmó para así exponerlo como un criminal ante todos.
Luego veo su propia presentación en este sitio y la observo en poses «sexys» con ropa sugestiva autofotografiada. Nada que no hagan millones de mujeres también.
El punto a definir aquí es cuál lugar le damos al sexo en nuestra sociedad.
Si lo restringimos a la pura intimidad, como ha mandado el acuerdo social hasta ahora durante siglos, o si lo hacemos público, libre y abierto.
El problema se presenta cuando decimos una cosa y hacemos otra. Cuando pretendemos restringir a los demás y liberarnos nosotros, cuando demandamos deberes ajenos e incumplimos los propios. Porque en ese caso se presentan conflictos, choques, injusticias.
Ambas posturas: sexo restringido o sexo libre, son aceptables siempre y cuando las reglas estén claras y las cumplamos todos. Y para los infractores, castigo. Si las damas no quieren nada sexual en público, muy bien, aceptamos. A todo tipo que diga un piropo o siquiera le mire el culo a una mujer, le damos cien latigazos en la plaza pública. Se acabó el acoso sexual. Eso sí, igualdad pura. Cien latigazos también a toda mujer que salga a hacer exhibiciones sexuales provocativas. Ni una cosa, ni la otra.
No hay la menor necesidad de mujeres amatambradas, ni encalzadas, ni maquilladas, ni entacadas, ni disfrazadas como bataclanas o rameras. Nada de eso es cómodo, ni es funcional. No es salubre, no cumple ninguna funcion útil a la sociedad. La justicia moral plena, igualitaria y equitativa.