Algunas personas piensan que no se puede comparar el amor que siente una madre por su hijo, al amor que podría llegar a sentir un padre por él. Dicen que la vida de una mujer cambia, su cuerpo cambia, sacrifica cada pequeño nutriente con el que cuenta, para ofrecérselo al bebé. Lo que no entienden es que el tipo de amor de una madre y de un padre podrá llegar a ser distinto, más nunca inferior.
El cuerpo del hombre también se transforma, su mente jamás vuelve a ser la misma. Mientras la madre se dedica 24/7 a cuidar a su hijo, ayudándolo a sobrevivir, el padre se dedica en cuerpo y alma a su vez, a ayudarles a los dos para que, en esta lucha, no les falte nada.
La madre inicia su batalla: ser la mejor mamá del mundo. El padre inicia su propia batalla: cuidar de ellos. Y así comienzan las amplias jornadas laborales, las noches en vela buscando mejores alternativas para construir un futuro mejor, los ausentismos mentales e incluso físicos, apostándole todo al trabajo, porque en el fondo sabe que, en ese momento, es la mejor forma que encuentra para combatir sus miedos.
Porque ser padre conlleva la misma meta: la madre cuida eternamente a sus hijos, el padre cuida eternamente a su familia. Algunas personas no entienden que, dentro de la pareja, no existe la competencia. Solo existe el amor y el trabajo en equipo.