La naturaleza del deseo, y en particular del deseo sexual es eminentemente amoral. Es ajena a los condicionamientos éticos y del escrutinio social. Uno no controla lo que desea sexualmente. Uno simplemente lo desea y eso nos ocurre a nosotros, los hombres, y a las mujeres también.
Pretender imponer una moralidad sobre el deseo sexual es una utopía, y se corre el riesgo de potenciar el deseo precisamente por lo que la moralidad prohíbe.
Feminismo y sumisión sexual
En un mundo donde el feminismo carga a las mujeres con la responsabilidad moral explícita de ser «empoderadas» y de ejercer poder especialmente sobre el varón, es de esperar que el deseo sexual de la mujer feminista se vea por la atracción de lo prohibido llevado (no siempre pero en muchos casos) hacia la adopción de una postura sumisa respecto a su pareja sexual.
Este condicionamiento, genera un fuerte conflicto psicológico a la hora entablar una relación sexual en las mujeres que sienten un deseo sexual de adoptar esta postura sumisa, pero a la vez se sienten compelidas a conformar con la moralidad feminista de asumir un rol dominante respecto al varón.
Cómo proceder para no provocar exabruptos
Si el hombre asume un rol sumiso en esta situación, reduce el interés sexual de la mujer. Si asume un rol dominante, el deseo sexual se potencia, pero se genera un conflicto explícito.
Es muy común, que interpretemos este conflicto como frigidez, o histeriqueo, pero en muchos casos la mujer desea que rompamos el hielo y pasar de la frialdad de lo socialmente aceptable a la íntima calidez de la complicidad.
La forma de enfrentarse a esto es evitar ser excesivamente directo. Avanzando gradualmente y dando siempre espacio para que la mujer se retire si siente la urgencia y hay que estar preparado para llegado el caso, dejarla ir. Tenerse confianza, aplomo, tranquilidad, paciencia, y disfrutar de este juego de seducción y conquista.