Uno de los fenómenos demográficos más importantes de los últimos cinco a veinte años ha sido la importación masiva de población musulmana a países occidentales.
Este fenómeno no ha tardado en generar reacciones preocuopantes y contrarreacciones todavía más extremas, pero más allá de la propaganda a favor de este fenómeno y del intento de utilización política de la reacción popular, vamos a centrarnos en analizar esta vez el argumento principal que se ha utilizado desde los principales medios y gobiernos para intentar convencer a la población local de aceptar este flujo migratorio.
La generosidad compulsiva
Este argumento consiste en señalar que la cuestión es tan simple como que el sufrimiento humano está mal, entonces todo lo que no implique satisfacer cada necesidad de los inmigrantes musulmanes, está éticamente mal y por ende, quienes proponen algo distinto, deben ser desalmados, malas personas.
La credibilidad de este argumento se basa en presuponer equivocadamente que el flujo migratorio es homogéneo y consiste exclusivamente personas desamparadas, quebradas emocionalmente, que esperan recibir lo mínimo necesario para valerse por si mismas nuevamente.
Quienes creen equivocadamente en esta premisa, quizás porque nunca se la cuestionaron, muchas veces solo pueden interpretar la cautela de otros respecto al flujo migratorio como mezquindad, y racionalizarla como un prejuicio hacia el diferente. Porque ¿Cómo vamos a negarle nuestra ayuda a estas personas desamparadas? Pero el problema es que el flujo migratorio no es homogéneo y junto con refugiados genuinos tenemos otras personas cuyo intento de insertarse en nuestras sociedades sirve a un fin predatorio, como es el caso de individuos en busca de generosas compensaciones e incluso agentes de organizaciones terroristas.
Más allá del evidente sentimentalismo reduccionista y falaz de esta posición, la omnipresencia del misma en los medios genera que igualmente surta efecto entre la población más susceptible a la manipulación emocional a través de la culpa.
La experiencia piloto Uruguaya con la importación de población musulmana
En Uruguay tuvimos una dosis de realidad, cuando recibimos a «refugiados» Sirios, para lo que no bastó con ofrecerles seguridad, un alquiler y trabajo, las mismas oportunidades que tiene cualquier otro Uruguayo, sino que el estado terminó obligado a concederles importantes beneficios que se le niegan a la población local. Ejemplo de esto son las varias hectáreas de tierras que en forma gratuita ha recibido cada familia de refugiados, mientras el Uruguayo promedio sigue soñando con la casa propia y pagando alquiler, por no mencionar a los cientos de Uruguayos que van a pasar este invierno en la indigencia.
Aqueos y Troyanos
En la barriga de este caballo de troya de los «refugiados sirios» se esconden el riesgo de exponernos al terrorismo y el peligro quizás aún peor de desvirtuar la identidad de nuestras sociedades, debilitando el secularismo y la tolerancia que forman los fundamentos de la libertad de la que gozamos, al islamizar nuestras sociedades a través de la migración masiva y la parasitación impositiva de la población local por la recibida.
Por otro lado, la generosidad compulsiva de gobiernos occidentales que al borde de la quiebra, someten a su población nativa a una austeridad fiscal cada vez más prohibitiva, mientras garantizan a la población importada derechos que a la propia población local les son negados, acaban promoviendo, deliberadamente o no, la xenofobia y la desestabilización social, polarizando la sociedad y generando un clima social espeso de desconfianza y conflicto.
Ante esto es esencial que despolaricemos nuestras sociedades. Que logremos reunirnos, dejar de centrarnos en nuestras diferencias y celebrar las tradiciones que nos unen, priorizar el consenso a la controversia, para hacer primar sobre el sentimentalismo infantil a la madurez y la templaza, y sobre el radicalismo fanático a la razón y la tolerancia.
Antes que los brazos hay que abrir los ojos
Como en todos los órdenes de la vida, antes que los brazos hay que abrir los ojos, si no queremos en el afán de ayudar a personas desamparadas, terminar cometiendo graves injusticias, fomentando la xenofobia y exponiéndonos al terrorismo.
Por lo que la política migratoria debe depender de la situación personal y familiar de los individuos o familias migrantes y debe ser diseñada cuidadosamente. No podemos como sociedad estar acusando disparatadamente de «nazis» a quienes llaman a la necesaria cautela sobre este proceso.
Los riesgos que acarrea equivocarnos como sociedad en cómo enfrentamos el reto de la migración están claros. No podemos fallar ante este desafío que la historia nos propone.