Las reacciones del fundamentalismo feminista contra la candidatura del cantante de cumbia, daña a los sectores razonables del Frente Amplio, sus prospectos electorales y deja en evidencia su carácter nocivo.
#FueraGuccidelFA
Quienes me conocen saben que lejos estoy de avalar cualquier conducta contraria al respeto por la femineidad o la dignidad de la mujer. Si algo me ha preocupado en el tiempo que llevo en Varones Unidos, es imprimir en la comunidad una voluntad de avance hacia la dignificación y el ascenso espiritual de ambos sexos. Pero si bien excepcionalmente podemos coincidir en esta oportunidad con nuestras habituales némesis, en que este personaje no debería participar del parlamento, las razones por las que uno y «otres» nos oponemos a ésto son radicalmente distintas.
De nuestro lado puede preocuparnos que una figura que ha demostrado mal gusto y bajeza de carácter en su vida personal, sea elevado como referente; pero del lado del feminismo, la razón por la que «El Gucci» es inaceptable como candidato es muy distinta: es que sus acciones han violado el mandamiento de sumisión irrestricta a la doctrina de la (anti)iglesia feminista.
El Feminismo Radical y el Feminismo Conservador
En el Frente Amplio, conviven dos modelos de feminismo. Uno radical que comanda, y uno conservador que brinda una imagen de respetabilidad y -con cola de paja – acompaña.
Este «feminismo conservador», es el de los sectores más centristas del Frente Amplio. Pero este no fue el que saltó a la yugular de El Gucci. Ese fue el feminismo políticamente activo, el radical. No el que acompaña para seguir el consenso, sino el que promueve – por convicción – legislación injusta y perversa como la Ley Integral de Violencia de Género. El que impulsó el régimen actual de discriminación misándrica en la justicia. Este es muy distinto. Todo lo contrario a conservador.
Ingobernable
Para este feminismo radical y fundamentalista, ejemplificado en Constanza Moreira y Fabiana Goyeneche, es indiferente si lo que hizo «El Gucci» es legal o no. Da igual si fue absuelto por la justicia. Es irrelevante si esto beneficia los prospectos del partido de ganar las elecciones, o lo arrastra a un radicalismo ideológico del que necesita alejarse para tener oportunidad de mantenerse en el gobierno.
Lo que le importa, es que a sus ojos es inmoral y es inmoral porque contraviene la doctrina ideológica en la que han sido adoctrinadas al punto que la alineación a esta doctrina es en ellas lo que determina si algo es bueno o malo.
Esta mentalidad fundamentalista, es, según dichos atribuidos a Daniel Martínez por El Gucci «ingobernable». La apreciación del candidato presidencial, pragmático negociador y un político de carrera, es acertada.
Martínez ve el daño que el feminismo, con su actitud antisocial, es capaz de causarle a sus posibilidades de llegar a la presidencia. La líder del MPP y mujer del ex-presidente José Mujica, Lucía Topolansky ya percibió también el carácter «extremista» de los sectores feministas de su partido.
La necesidad de rever nuestra actitud hacia el feminismo
Ahora nos toca a todos, como sociedad, ver el daño que nos está causando el dar cabida a este fundamentalismo de género.
La sustitución del amor y el diálogo por el poder estatal como mecanismo de solución de conflictos en la familia, está devastando las vidas privadas de nuestra gente.
Niños que crecen a la sombra de graves vendettas entre sus padres que en ocasiones acaban en tragedias. Hombres que son apartados de sus familias y condenados a la humillación de una esclavitud financiera por cometer el «pecado» – según la prédica feminista – de ser papás, muchas veces sin siquiera derecho a ver a sus propios hijos.
Mujeres que son despreciadas por ser fieles a su naturaleza, sensibles, delicadas, femeninas. Madres denigradas por sentirse menos realizadas trabajando de 8 a 5, que dedicando su tiempo en la paz y la libertad de su propia casa a cuidar a quienes aman, criando a los hombres y mujeres del futuro.
Al feminismo radical nada de esto le importa. Los efectos secundarios de sus acciones le tienen sin cuidado. Todo lo que le interesa es la sumisión de nuestra realidad a su doctrina. ¿Pero a nosotros? ¿Hasta cuándo seguiremos, como Martínez, pagando la paz en nuestras familias y el futuro de nuestros hijos, como indulgencia a un convento de arpías?