El próximo Mundial Femenino de Fútbol se aproxima y el feminismo lo espera con grandes expectativas, pero los medios, más realistas, a pesar del culto obligado que deben rendirle a la iniciativa, son escépticos en cuanto a la audiencia que el mismo pueda generar.
En lo que respecta a la televisión, muchos medios de comunicación ya anticipan un rating minúsculo para el evento. Esta preocupación se basa en tendencias históricas y una sensación de que el fútbol femenino es un consumo forzado para agradar a quienes buscan obligar a la audiencia a adoptar determinados patrones sociales.
A lo largo de los años, el fútbol masculino ha sido ampliamente favorecido por los espectadores, a pesar de ser, al menos de los 90s a esta parte, utilizado políticamente de la misma manera para entrenar a las masas a aceptar determinados activismos hegemónicos, como la «diversidad» y el «anti-racismo».
A pesar de ésto, el fútbol continúa mostrando un appeal significativo y un aumento en los ingresos generados por la publicidad televisiva. En contraste, el fútbol femenino a pesar de contar con un mayor esfuerzo concertado por imponerlo, ha fracasado en conseguir el mismo nivel de atención y cobertura mediática.
Otro factor que contribuye a las proyecciones de un rating bajo es la poca visibilidad y promoción del fútbol femenino a nivel local y nacional. Los partidos de las ligas femeninas, en muchas ocasiones, se jugan sin más público que los familiares de sus estrellas. Los intentos de transmitirlos por televisión no han logrado los ratings necesarios para hacer viable la empresa sin generosas contribuciones de organismos internacionales y ONGs, algunas creadas específicamente con ese propósito.
Ante esta situación, los medios de comunicación están adoptando una estrategia enfocada en contenido general, fácil y económico de producir, de modo de quedar bien con las corporaciones globales que buscan imponer el feminismo, pero sin destruir sus finanzas o alienar demasiado a su audiencia en el proceso.