Quizás algunos no lo sepan, pero Suecia, uno de los países donde el feminismo ha reinado como ideología de género por más tiempo, se ha convertido recientemente en la capital europea de las violaciones.
¿Quién hubiera dicho que promover la liberalidad de la mujer y hacerlas convivir con inmigrantes acostumbrados a someter a las mujeres en sus países de origen podría tener consecuencias desafortunadas, no?
¡¡Qué sexista y xenófobo, por favor!!
El manual sexual para inmigrantes
Pero a no temer, las autoridades del país nórdico encontraron una solución fuerte y madura a este conflicto cultural: Un manual de más de 100 páginas sobre cómo comportarse sexualmente para inmigrantes.
Si la infantil inocencia del manual nos resulta ridícula a nosotros, solo vasta imaginar el total ridículo al que expone a las autoridades suecas este manual a los ojos de estos inmigrantes y refugiados que han enfrentado las condiciones de vida y relacionamiento más brutales.
Lo que podemos aprender como sociedad del caso de Suecia.
Luego de décadas de «gestión cultural» feminista, la sociedad sueca se muestra claramente feminizada e infantilizada: Incapaz de enfrentarse virilmente ante una amenaza exterior tan evidente como un grupo de extranjeros agresivos que cruzan las fronteras y acometen actos de violencia sexual contra las mujeres y niñas locales.
El feminismo, lejos de proteger a la mujer, la desviste de su principal y natural protección, la que sin costo alguno hemos proveído durante milenios nosotros, los varones. Y guarda silencio ante las más brutales de las agresiones sobre la dignidad femenina, como lo hemos visto callar sobre la violación masiva ocurrida en Colonia, Alemania.
No solo está en nuestro interés, como varones, sino también en el interés de nuestras mujeres, hermanas e hijas, el montar una oposición efectiva a este culto fanático entorno al odio al género masculino en que se ha convertido el feminismo, y que tanto daño a causado y continua cada vez más causando a nuestras sociedades. Ojalá sepamos aprender de los errores ajenos para evitar tropezar nosotros también con las mismas piedras.