Exacto, no soy feminista. ¿Y qué? ¿Tengo que serlo para evitar problemas con quienes sí lo son?
Primero: los problemas ya los tengo de todos modos. Una raya más al tigre no le hace nada. Y segundo: Yo soy plenamente consciente de lo que digo y pienso, y como adulto me hago responsable por ello hasta las últimas consecuencias.
No me voy a andar escondiendo en que «is in sintidi figuiridi» o «ni intindisti il minsiji» o «si ti sintisti tiquidi pir ilgui sirí»; porque tirar la pierda y esconder la mano es bien de cagón; de cobarde.
Por ahí te dicen «No queremos tu aprobación». Bien, y si no querés mi aprobación entonces ¿en qué te afecta que uno no piense como vos? Porque si te afecta, entonces lo que estoy pensando es cierto: querés aprobación.
Que aburrida debe ser la vida si uno tiene que autocensurarse, no por convicción propia, sino simplemente por miedo de «ofender» a otros.
Lo digo porque en este prácticamente archirecontraaclamado Siglo XXI (supuestamente el siglo de la libertad, el vivo reflejo espaciotemporal de la evolución humana) decir lo que pensás parece tener la misma peligrosidad que un holocausto nuclear. Quizás lo mejor sea que los seres humanos dejemos de hablar. O de pensar. O de decir lo que pensamos. No vaya a ser que irradiemos a uno… pobrecito!