La decadencia de occidente tiene su razón de ser en dos componentes: por un lado la decadencia natural fruto de la prosperidad material, por otro, la decadencia impulsada principalmente en la actualidad por el arco político neomarxista.
¿Por qué occidente promueve su propia decadencia?
Lo primero que debe entenderse es que el comunismo internacional siempre ha visto a las democracias liberales capitalista como su primero y principal enemigo.
Luego de la segunda guerra mundial, como las entrevistas de Yuri Bezmenov develan, la Unión Soviética se dedicó a infiltrar e impulsar la subversión cultural en occidente. Un vector de ataque estratégicamente magistral, típicamente ruso, que utiliza la mayor fortaleza de occidente, su prosperidad material, en su contra. Esto lo consigue, buscando acelerar la tendencia natural a la decadencia de toda civilización próspera, al volverse el individuo (y en particular el varón) insertado en ella, afeminado, dócil, e incapaz de (o desinteresado en) defenderla.
Lo mismo, una reconversión de la estrategia marxista hacia el ataque a la cultura, – pero sin ahondar en el involucramiento de los soviéticos – es lo que plantean Nicolás Márquez y Agustín Laje en «El Libro Negro de la Nueva Izquierda», que presentaron en Uruguay este Abril pasado, invitados por Varones Unidos. Algo que motivó una protesta de emergencia por parte de grupos marginales de extrema izquierda, y la promoción de un rechazo institucional por parte del Partido Socialista que impulsó una declaración de distanciamiento respecto al evento. Por si faltaran indicadores de que la tesis del libro está en lo correcto.
El primer mecanismo: La anti-educación.
A lo largo y ancho de occidente es un denominador común desde la segunda guerra mundial, el copamiento de las instituciones educativas (principalmente las universidades) por parte de la izquierda marxista.
Luego de hacerse con el poder en estas instituciones, comienza el cambio de paradigma, empezando a utilizarse a la institución no ya para la educación del estudiante sino principalmente para la conversión ideológica del mismo. ¿Cómo se da esto? A través del pasaje de la epistemología positivista, a la epistemología relativista posmoderna, que provee de una legitimación (bastante burda por cierto) a la utilización del sistema educativo con fines de proselitismo ideológico.
Una vez comprendimos el pasaje de la educación al adoctrinamiento, el próximo paso es reconocer que los más «educados» de esta forma, no comportan un mayor manejo de información o un uso más desarrollado de la mente, como ocurre en instituciones libres, sino un manejo de información sesgada, y un uso condicionadamente limitado del intelecto.
De esta forma, el pasaje de la educación moderna liberal y positivista al adoctrinamiento ideológico neomarxista, es desde la perspectiva clásica, el establecimiento de una anti-educación dirigida, como bien lo señalaba Graciela Bianchi hablando del lenguaje inclusivo, hacia el embrutecimiento de la población.
El segundo mecanismo: el asistencialismo.
La «labor revolucionaria» ejercida desde el sistema educativo hacia las clases medias y altas, tiene su contraparte dirigida a la clase baja en el sistema asistencialista.
Con eufemismos como «estado de bienestar» y «justicia social», se enmascara la disociación entre esfuerzo y recompensa, matrimonio del que surge la cultura del trabajo y la capacidad de sacrificio de la persona humilde.
Esta cultura de trabajo es clave para el rejuvenecimiento social, al reemplazar paulatinamente las familias que aprenden la cultura de trabajo y sacrificio en la pobreza, a las que caen presa de la decadencia en los estratos sociales más acomodados.
Esta circulación social natural, que es además el motor de una movilidad social que ayudaría a mitigar la tendencia natural a la decadencia, se ve en gobiernos neomarxistas coartada por la presencia de los sistemas de asistencialismo, cuyo fin es la generación de una clase decadente y dependiente del estado, empujando a las sociedades parasitadas de esta manera cada vez más cerca del precipicio.