Desde hace décadas escuchamos que, junto a Cuba y algunas provincias del noreste argentino, Uruguay está a la cabeza de los países latinos líderes en autoeliminación.
Incluso, a veces casi morbosa y folklóricamente, se especula acerca de las localidades más afectadas, que si el litoral sur, que si la periferia montevideana, que si Castillos….
En fín… no mucho, a más de ayuda desde alguna línea telefónica, se hace por prever y prevenir este flagelo, cada vez más cerca de franjas etarias juveniles, droga, alcohol, alteración de sexo casi por delivery, no reconocimiento de méritos, escasas perspectivas fuera de la esfera pública o parapública, poco valor atribuido a la vida misma, sobrevaloración de etapas vitales (actividad/pasividad, amor/desamor, triunfo/fracaso, etc), falta de espiritualidad-no necesariamente teológica a nivel religiones reveladas…- o perspectivas dudosas de futuro, son los componentes que vislumbramos como precursores de esta dolencia nacional.
No hablamos de quien decide irse ante enfermedades irreversibles, harto degradantes o terriblemente dolorosas y terminales, además de destructoras del entorno del mismo afectado, sino del suicidio mayormente evitable….que no se evita… ¿O no interesa demasiado evitar?
¿Resulta que los uruguayos, que en su mayoría precisan al Estado metido hasta en su cama y se auto proclaman “solidarios”, resolvieron ser liberales y dejar que la gente se ahorque, se ahogue, se arroje al vacío o se pegue un tiro a voluntad? ¿O simplemente, barren bajo varias alfombras, mientras no saben qué hacer con el asunto?
Además, sin entrar en la cuestión de si el que se va es valiente o cobarde – para lo cual sobran bibliotecas – ¿Cómo quedan los allegados a esta gente que decide irse?, ¿Qué trastornos psico-sociales (a veces, difícilmente reversibles…) puede generar en su núcleo cada suicida? ¿Cuánto le cuesta a la sociedad rehabilitar a los que se quedan, además de las valiosas vidas que se pierden casi a diario?
¿Es nuestra forma bastarda de eutanasia sin que nadie te pida el famoso “coctel”, aunque te lo sugiera? Especial cuidado hay que prestar a este tema, precisamente cuando periódicamente se debaten posibles leyes locales de eutanasia, y hoy vemos que legislaciones como la holandesa, y especialmente la canadiense, son acusadas prácticamente de propender a estimular conductas suicidas… Y somos muy tarados para copiar. Ya vimos que ,con tal de que Michelle metiera sus pezuñas y acomodar alguna gente con pensiones (y meta BPS!), terminamos con una ley trans mamarrachesca que ni siquiera exige un ciclo de sesiones previas con psicólogo y asistente social a los menores. Ya vimos que con el tráfico de drogas tampoco terminamos legislativamente…
Si es preferible alarmarse que lamentar, entonces, debemos estar atentos a muchos ítems. Alertas también deberían sonar para factores de entorno que favorezcan este tipo de conductas (recordemos a ciertos cantantes populares con familiares suicidas e intentos varios), quizá genéticos (en tiempos en que esta ciencia es ninguneada por el voluntarismo, difícil profundizar, aunque hay estadísticas familiares o grupales dignas de ser estudiadas) y, a la autodestructividad imperante en gran parte del Uruguay actual. Criminalidad creciente, accidentabilidad cotidiana, coqueteo con el riesgo innecesario, violencia deportiva ritual, maras embrionarias, alcoholismo creciente y disponibilidad de drogas a demanda, posibilidades laborales o académicas cada vez más acotadas son el caldo de cultivo. A esto agreguemos un tonto romanticismo en torno al suicidio, y ya estará la cicuta servida….
Además, acá tampoco se ve mal darse con la misma piedra 100 veces, especialmente los más jóvenes ,y, muchachos, si ven que la cosa localmente no anda, como dijo Serrat “escapad gente tierna” (de este pueblo blanco, no del mundo!), que los países son barrios y éste, es muy complicado, a no ser que trabajen online para el planeta real… ¡Cualquier alternativa es mejor que suicidarse! Y no es un simple pasaje… Si todas las religiones lo abominan y los paranormales narran finales usualmente terribles de los suicidas, no menos aterradores suelen ser los relatos de médicos de emergencia o intensivistas, especialmente del momento en que la víctima puede llegar a arrepentirse y se da cuenta que técnicamente no es posible hacer nada…
¡Hincarle el diente ya! Uruguay es demasiado tanático como para seguir fingiendo que nadie vio nada… O que nadie escuchó a psiquiátras, psicólogos, neurólogos,etc…
-Por Javier Bonilla-