Sucedió nuevamente. El 32° Encuentro Nacional de Mujeres en Resistencia, Chaco, terminó como era esperable. Como terminan ya casi todas las manifestaciones neofeministas.
Las lesbianas militantes volvieron a hacer su rutina planificada, reiterada, cada día más violenta, alimentada de la pasividad generalizada.
Una pasividad sostenida en la ignorancia acerca del asunto y en el expreso deseo de no saber, de creer una fábula a la moda y en la resistencia al simple acto de investigar.
Entonces fueron nuevamente hacia la catedral local con todos sus elementos.
Las botellas con la orina, los apósitos íntimos sanguinolentos y putrefactos, el combustible, los encendedores y antorchas, los aerosoles de pintura, los palos, las piedras, y la cantidad de basura variada para arrojar.
Y por supuesto, el uniforme
La cabeza medio rapada, las capuchas o bandanas, los borceguíes, los chupines, el torso descubierto con las tetas al aire pintadas con inscripciones variadas en contra del género masculino, de la heterosexualidad y de los nacimientos normales.
Cuando llegaron repitieron los procedimientos, quizás agregando algunos toques especialmente concebidos para esta ocasión, como para ir innovando.
Eso sí, el apaleo sistemático de varones que se interpongan o salgan en defensa de la sensatez o de la iglesia de la cual son feligreses, lo hicieron como siempre.
El apaleo exacerbado por la pasividad de varones inhibidos de responder el palazo con un sopapo, sin duda.
Como una metáfora funcional del delirante concepto de «violencia de género», las mujeres del neofeminismo volvieron a golpear a su gusto a varones inhibidos de toda defensa.
La conducta que consideran natural
Aquella que suelen representar con sus respuestas «no importa lo que yo haga. ustedes no tienen derecho a reaccionar…», toda vez que se les señala sus actitudes complementarias y provocativas en esta absurda guerra.
Y es claro, la histérica furiosa militante, lesbiana o no, justificada por la moda, está convencida de que el contrato social, las normas y las leyes, aplican sólo para los varones.
Ellas se sienten libres y autorizadas a toda clase de inurbanidades, violencias, caprichos, exhibicionismos e inconductas.
Sin embargo, lo grotesco de todo esto es que recién ahora algunos están comenzando a notar que todo esto es una locura.
Creen que se les va un poco la mano, aunque continúan autorizándolas aduciendo sus ancestrales esclavitudes, sufrimientos, sometimientos por parte de esa confabulación histórica de machos en su contra.
Nuestros padres, abuelos, tataraancestros.
Todos criminales que sometían a nuestras madres, abuelas y tataraancestras a la terrible esclavitud de la maternidad.
Pues, son todos holgazanes
Porque todo esto estaba escrito, detallado, anunciado, desde hace muchos años.
Ya cuando se funda el neofeminismo bajo la falacia del «femicidio» y la teoría delirante de Diana Russell respecto de un patriarcado que no era la institución para sustentar y proteger a la mujer mediante el trabajo masculino sino una conspiración para violarlas y matarlas, ellas anunciaban todo esto.
Y era 1976.
E inclusive antes, en 1967, cuando Valerie Solanas proponía en su esquizofrenia diagnosticada el aniquilamiento de todo el género masculino, conceptos enarbolados literalmente por las lesbianas que anoche volvieron a hacerlo.
Mientras tanto, miles de zonzos continúan apoyando a estas locas suponiendo que tal postura los hace parecer progresistas, peronistas, izquierdistas o antisistema.
No es que no lo sepan o no puedan saberlo. Es simplemente que no quieren.