Una librería lanzó recientemente una pieza de publicidad con la leyenda «Te casaste con una princesa y se convirtió en una bruja» acusada de ser «sexista» y «misógina«. ¿Realmente es así? ¿Quién lo determina? Nuestras libertades más básicas quizás dependan de ello.
Visto desde la perspectiva masculina, la reacción de las feministas nos parecerá en general un tanto desmedida.
Como varones, estamos ya acostumbrados a que se produzca publicidad/propaganda denigrante hacia nuestro sexo, en los que se lo culpa de todos los males de la sociedad, contenidos creados sobre la base de que el hombre es intelectualmente inferior a la mujer, torpe y que necesita ser «entrenado» por ella.
El hecho de que se dañe la imagen de la masculinidad a través de un desgaste pernicioso y constante, con representaciones mediáticas sensacionalistas de estadísticas sesgadas, es una antesala necesaria para la remoción de derechos a una demografía concreta. Ya lo han hecho los nazis, hoy, lo está haciendo el feminismo, al extremo, en la actualidad de la suspensión del derecho a la vida del varón, lo que, defacto, ha decretado la LIVG (Ley Integral de Violencia de Género) en #Uruguay y no estoy al tanto de si no lo aplicado en otros países, porque esta legislación está concebida para ser aplicada a escala global.
Es fácil pensar que la denigración mediática del varón es algo superfluo, pero como seres humanos nos acostumbramos a que si una entidad, los judíos en otros tiempos, es denigrada constantemente entorno a nosotros, como los varones lo somos ahora, la violencia ejercida contra esta demografía, nos es relativamente indiferente.
En un mundo donde se buscara efectivamente una «igualdad» en el buen sentido, es decir, una aplicación equitativa de la justicia, esta denigración sistemática sería tan ofensiva cuando se realiza contra los hombres, como lo es cuando se realiza contra las mujeres, pero por alguna razón, el poder en occidente, toma una posición opuesta: de escándalo si se trata de una ofensa a la imagen de la mujer, pero de tolerancia ( si no de complicidad y aliento al agresor) cuando la ofensa es perpetrada contra la imagen del varón.
Como vemos, por el contenido de la legislación recientemente promulgada, los varones tenemos que enfrentar desafíos reales a nuestros derechos humanos básicos. El feminismo, en cambio, debe *buscarle la quinta pata al gato* para fabricar «evidencia» de un elusivo «machismo estructual».
La excepción y la norma
Feministas corren a denunciar todo lo que puede llegar a ofender a una mujer como «misógino» y «violencia de género» de índole simbólica y cultural. Pero los incidentes de esta «violencia» como vemos en el cartel, son la excepción, mientras la violencia de género contra los hombres es hoy, en occidente, la norma; unos son fruto de la inocencia de quienes los publican, otros, de una campaña sistemática para desautorizar y delegitimar al sexo masculino.
La misoginia es el odio o desprecio hacia las mujeres. La ofensa, es una reacción subjetiva a un estímulo.
Alegar que «ofender a una mujer es un acto de misoginia», como se afirma constantemente contribuye a elevar la subjetividad femenina al nivel de realidad objetiva y factible entonces de ser patrón de absolución o condena.
Si comenzamos a castigar, como ya se ha propuesto, las acciones de las personas de acuerdo a la percepción subjetiva que otros tengan de estas acciones, le abrimos la puerta a un mundo donde nadie puede estar tranquilo de estar actuando legalmente, una distopia donde la legalidad de tus acciones viene determinada por la percepción de los otros, donde cualquiera que te vea sin importar lo que hagas, puede convertirte en el culpable de un delito.