La imposibilidad lógica de la igualdad

 

La única igualdad de la que disponen los seres humanos respecto a los demás, son apenas dos: nacer y morir. Eso es todo. Y ni siquiera puede decirse que sean precisamente iguales (no suceden al mismo tiempo para todos, ni transcurren durante el mismo período).

Está en boga lo de igualar las oportunidades de las personas. Hallamos allí términos como “empoderar”, la disposición de “cuotas igualitarias” y demás proclamas sociales que se exigen habitualmente. No sólo desde el plano político, es una proclama de la cultura imperante en el presente. Ese intento se evade de la realidad. Propone un imposible. Persigue un objetivo inalcanzable e irracional, siempre que tomemos en cuenta y respetemos aquello de que cada ser humano es único e irrepetible.

Todos tenemos condiciones diferentes por motivos que no podemos controlar desde el principio, pues son factores inherentes a la naturaleza. Pongámoslo en un ejemplo para que quede diagramado de forma más clara. Durante los últimos años, probablemente usted no se haya sometido al mismo entrenamiento que el recientemente retirado Usain Bolt, el atleta jamaiquino que cosechó once títulos mundiales y ocho olímpicos corriendo en las pistas y eventos de mayor prestigio. Pero vamos a suponer que sí. Digamos que, en nombre de la igualdad, más o menos en la misma época que Bolt usted emprendió la actividad que a posteriori a él le valdrían todos esos títulos. En nuestra suposición, para que eso suceda alguien proclamó la necesidad de que haya más igualdad en la actividad deportiva. Entonces imaginemos que usted tuvo el mismo entrenamiento, con los mismos instructores, nutricionistas, recursos y toda la ayuda que supone preparar a un atleta olímpico.

Hasta ahí, quedó saldada la promesa de igualdad. ¿Y luego, qué? Aparece la realidad. Habiendo dispuesto usted de exactamente las mismas condiciones y oportunidades que tuvo el jamaiquino, dicha realidad demostrará que los resultados siguen siendo dispares. ¿Por qué? Por cosas que sabemos tanto en el presente como “de dónde venimos y hacia dónde vamos”… o sea nada. La genética, las condiciones físicas, mentales y diversos factores fortuitos -e incontrolables- juegan un rol decisivo e inalterable desde esas proclamas aparentemente bien intencionadas.

Tenemos incluso que así Usain Bolt no hubiese entrenado un sólo día de su vida y usted sí hubiese contado con entrenamiento profesional, es altamente probable que el jamaiquino de todos modos le ganase cien carreras de cien. Es ahí que hablamos de aspectos que no podemos modificar por buena que sea nuestra intención, que no son culpa de nadie y por lo tanto -ya ajustándonos a principios filosóficos, científicos y hasta éticos- debemos considerar lo infructuoso que resulta interceder en busca de la ansiada igualdad. Es la mejor decisión y enfoque posible al tema. No hay más ni mejor igualdad que optar por un marco donde las iniciativas individuales de cada quién, en base a sus propios talentos, particularidades y condiciones gocen de libertad para desarrollarse, sean cuales sean dichas singularidades e iniciativas. Eso le corresponde a cada quién determinarlo, no a un comité de defensa. He ahí la verdadera igualdad, aceptar y tolerar los proyectos de vida tal cual son, sin paneles centralizados de control destinados a determinar equidades donde -por todo lo ya explicado- no podrá haberlas.

Hablamos entonces de organismos que determinan e imparten no la igualdad, sino un moldeado antojadizo y digitado de la sociedad (para peor, en base a preceptos políticos, es decir, la fuerza de lo que digan los más en base a intereses personales), con un modus operandi que -lejos de igualar- se ocupa de favorecer a unos por sobre otros, creando nuevas desigualdades. Ese control que apuesta al aplanamiento topográfico de la sociedad para equiparar desniveles, no toma en cuenta que algunas personas, así se intente ecualizar sus oportunidades, siempre se desarrollarán a una velocidad diferente respecto al resto. Eso supondría la necesidad de tener que volver a igualar infinitamente, si asumimos tal iniciativa como un principio universal y necesario. En el proceso de igualación, veremos cómo se otorgan y recortan posibilidades de forma injusta, pues habrá de irrumpirse en los antedichos procesos naturales, en esas iniciativas espontáneas y voluntarias de las personas, mediante el empleo de la fuerza injustificada.

Volviendo al hecho de que la búsqueda de la justicia social suele responder a políticas y no a principios científicos, la injusticia en ese pedido queda de manifiesto. Retomemos el ejemplo. Suponga que para su equipo de atletismo una voz política en Jamaica deslizara la idea de que no hay suficientes atletas caucásicos entre los deportistas seleccionados. Y que como resultado de una normativa, dejaran fuera de la convocatoria al mismísimo Usain Bolt, sólo para cumplir con esa cuota inclusiva. Veríamos entonces a un caballero de tez clara -que no lograría alcanzar a Bolt ni aunque el hombre más rápido del mundo corriera lesionado- ocupando su lugar por decisión política. ¿Queda claro por qué estaríamos hablando de una injusticia? Pues así con todo, en todos lados, para cualquier tema, disciplina o tarea.

Es esperable y deseable para cualquiera que opte por la sensatez, que de aquí a algunos años esto de igualar luzca tan absurdo como es, ya cuando no sea parte del reclamo hegemónico y se acentúen las inconveniencias del planteo. Es probable que digamos “pero qué despropósito, para tareas que debían reducirse a una capacidad física o mental como método para otorgar posiciones y oportunidades, solíamos terminar fijándonos en parámetros tan relevantes como la marca de la ropa, la ondulación del pelo, el color de ojos”. Si por el contrario se continúa profundizando la lógica progresista, me temo llegará un punto donde hasta puede que de verdad empecemos a fijarnos en cosas más y más superfluas, fuera de eje, irrelevantes para tal o cual función.

“¡Momento! Cuando reservé hora en este consultorio odontológico, no contaba con que el lobby incluyese revistas de fitness y belleza, eso atenta contra la concepción natural de la mujer y no promueve la igualdad entre los géneros. Este es un recinto fascista y por tanto doy por cancelada mi consulta”.

¿Cuál es el límite del absurdo? ¿Hasta dónde llegaremos?

Ramiro Piedrabuena

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