El Feminismo Capitalista

Recuerdo escuchar a Malena Pichot, una chica mediática Argentina, aseverar con histérico énfasis que «Ser feminista es ser de izquierda», y si bien es cierto que la retórica dominante, el relato, dentro del movimiento es de base marxista, una mirada al efecto económico que ha tenido la adopción del feminismo en occidente, nos indica que ha sido tan provechosa para el capital concentrado como catastrófica para las clases media y trabajadora. ¿Cómo podemos afirmar ésto? Veamos.

Decoupling

Lo primero que vamos a establecer, es que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, (objetivo prioritario del feminismo de mediados del siglo XX), coincide con el decoupling, el relegamiento de la retribución salarial de los trabajadores respecto a su productividad. Hasta los años 70s, década en la que el feminismo comienza a tomar fuerza en EEUU, los sueldos venían acompañando el crecimiento de la productividad.

Luego, la productividad continúa creciendo pero los salarios se estancan casi completamente. Como puede apreciarse en la siguiente gráfica, del 1948 al 1973 (en 24 años), la productividad creció un 96.7% mientras los salarios crecieron un 91.3%. Del 1973 al 2014 (41 años), la productividad aumento un 72%, pero los salarios solo lo hicieron un 9% en términos reales, bajando incluso en el período en que se incorporó el mayor número de mujeres a la fuerza laboral, para volver a subir muy gradualmente desde el año 2000, cuando la participación laboral de la mujer en EEUU empezó a mostrar un gradual declive.

Presión social y competencia

No pasemos por alto, que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo trae aparejado un «nuevo modelo de familia», en el cual el padre de familia deja de ser el único que alquila su tiempo y esfuerzo a un empleador.

Con este cambio, la presión social por el mantenimiento económico de la familia, si bien sigue residiendo mayoritariamente en el hombre, se traslada también ahora a la mujer, quien debe, además de ocuparse de sus hijos, dedicar tiempo a la generación de sustento económico.

Dicho esto, como la mujer no es el principal «breadwinner» de la familia, sino que aporta un ingreso complementario al del hombre, y dado que el ingreso de la mujer no es un factor tomado en cuenta por los hombres (como sí lo es para las mujeres) a la hora de elegir pareja, la mujer no sufre el mismo nivel de presión social para la generación de ingresos, y puede aceptar de buena gana una paga menor que la de un hombre sin sufrir la misma condena social por parte de su entorno.

Esta situación, expulsa a los hombres principalmente de los empleos más cómodos del sector servicios, y los fuerza a buscar empleos mejor pagos pero quizás no tan cómodos o atractivos.

Esta dinámica explica, entre otras cosas, por qué los empleos con mayor accidentalidad laboral son los que tienen hoy una mayor proporción de varones, y esto produce que la inmensa mayoría (93%) de las muertes en puestos de trabajo tengan como víctima a un hombre.

Economía Básica

En todo aspecto del pensamiento económico, el aumento en la oferta de un bien genera un cambio en el equilibrio del mercado y una baja en el precio del mismo. Aplicando esta máxima al mercado de trabajo, es de esperar que la incorporación de mujeres, genere la reducción de los salarios reales observada. Un efecto tan negativo para las clases media y trabajadora, como beneficioso para las clases dominantes, poseedoras del capital, que los emplean.

Esto explica en sí mismo por qué es un taboo posmoderno, una «incorrección política», en espacios formales como la academia y los medios masivos, aplicar esta máxima a este contexto, dado que hiere los intereses de las clases dominantes en occidente, que son quienes definen las posiciones hegemónicas tanto de la izquierda como de la derecha y pueden fácilmente «cancelar» a quienes pongan énfasis en realidades incómodas.

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