Quizás hayas ingresado aquí con el prejuicio infundado de que somos fundamentalistas religiosos, miembros de una secta, defensores de golpeadores y femicidas, o como dijo un ex-jerarca comunista del MIDES «el ISIS cristiano». Pero como en tantas otras cosas, cuando alguien que te manipula y te utiliza, a veces pretende asustarte para que no mires hacia determinada dirección, porque sabe que allí está la clave para liberarte.
Hay una idea revoloteando como buitre sobre el feminismo, la idea de que todas las diferencias entre hombres y mujeres son fruto de la crianza y el condicionamiento social.
Este prejucio basado en una interpretación fundamentalista del construccionismo social, es negacionista respecto a la biología humana. En particular, niega la realidad científica e irrefutable de que, como en la mayoría de los animales, existe un dimorfismo sexual en nuestra especie, es decir, que los hombres y las mujeres, somos modelos distintos de ser humano, con un código genético diferente. Esto implica que nuestros cuerpos, incluyendo nuestros cerebros y por ende nuestros pensamientos y emociones, son distintos. Negar la existencia de la mujer, como ser biológicamente diferente del varón. ¿No es en principio, en cierta forma misógino?
Quizás te hayan dicho, que reconocer esta diferencia implicaría aceptar la inferioridad femenina, pero los perros y los gatos son animales distintos. ¿Esto hace necesariamente mejor a un perro que a un gato o viceversa? Todo depende de los valores en base a los que determines qué es mejor, y de la voluntad de cometer el error de comparar, de medir con la misma regla, cosas completamente distintas.
El feminismo hegemónico actual, en el que se centran nuestras críticas, tiende a basarse en el construccionismo social para comparar a hombres y mujeres como si fueran indistinguibles en su punto de partida, cuando se sabe que no es así. Pero además, lo hace en base a patrones, valores machistas y materialistas como el poder político y la acumulación de riqueza.
Feminismo y contra-moralidad
Pero estos valores no salen de la nada, surgen de una contra-moralidad modelada en base a los aspectos más cuestionables de la misma moralidad cristiana a la que critica. ¿El feminismo basado en el cristianismo? ¿Cómo puede ser, te preguntarás?
Si miramos la actitud del feminismo respecto a la femineidad, veremos que para el feminismo actual, expresar la femineidad es análogo a reproducir un pecado original, que la mujer debe enfrascarse de por vida en expiar, en búsqueda de la salvación terrenal del empoderamiento.
Desde el alarde de marimachismo en las radfem de los disturbios del 8M, hasta en la canción «la nena no llora» del Cuarteto de Nos, esta contra-moralidad se esfuerza porque la mujer actúe como un hombre. No busca el enaltecimiento de lo naturalmente femenino, sino la sustitución de ello por una simulación de masculinidad.
Ser sensible y caritativa, priorizar la vida familiar y doméstica (con la calidez, de sus códigos de mutuo aprecio y confianza), es decir, lo que desde tiempos inmemoriales se ha comprendido como la virtud de la expresión espontánea de una naturaleza femenina, para el feminismo actual es signo de que «te falta deconstruirte». Promueve, que pongas por encima de tu naturaleza un «ideal» completamente mundano, la vida laboral y callejera (con su frialdad e indiferencia, sus relaciones impersonales y traicioneras).
¿Cuánta ansiedad, cuánta depresión atraviesa la mujer de hoy, por haber sido guiada por este feminismo a despreciar sus mayores y más distintivas cualidades? ¿Acaso no es esto manipular a las propias mujeres para que adopten valores típicamente machistas y sientan vergüenza de sentir y actuar como les sale del corazón? ¿Es un triunfo de la mujer o es su más terrible derrota?